Reconocimiento Nacional a GACETA VIRTUAL

Reconocimiento Nacional a GACETA VIRTUAL
Feria del Libro Ciudad Autónoma de Buenos Aires-Año 2012

Rediseñada para ofrecer una mayor difusión de la escritura en castellano.

Dirección: Norma Segades - Manias
directoragaceta@gmail.com

MIDGARD, la Tierra Media.

SOY NORMA SEGADES

Nací el 5 de junio de 1945, en la ciudad de Santa Fe de la Vera Cruz, provincia de Santa Fe, República  Argentina.
Soy autora de los siguientes libros:
"Más allá de las máscaras" (poesía 1989),
"El vuelo inhabitado" (poesía 1990),
"Habitantes del paisaje" en edición cooperativa, capítulo `Mi voz a la deriva´ (poesía 1990 / 1991),
"Tiempo de duendes" (poesía 1991),
"El amor sin mordazas" (poesía 1992 / 1994 / 2004) Primer Premio Edición Villa de Martorell, Barcelona, España.
"Crónica de las huellas" (poesía 2000 / 2004)
"Un muelle en la nostalgia" (poesía 2001),
"A espaldas del silencio" (poesía 2002),
"Desde otras voces" (poesía 2004 / 2005),
"La memoria encendida" (poesía 2004),
CD "Pese a todo" (audios poesía 2004),
"En nombre de sus nombres" (poesía 2008)
"Vitrales en tinieblas" (narrativa 2010)
"Albedrío de uróboros" (poesía 2015) Primer Premio Edición Zaragoza (España)
"Bitácora del viento" (poesía 2006),
"Historias para Tiago" (poesía 2007),
"Réquiem por los pájaros" (narrativa 2009)
"Los mundos de Morena (narrativa 2010)
"Legado al primogénito" (poesía 2014)
"Filiación de relámpagos" (narrativa poética 2016)
"Vigilias de la loba" (poesía2019)
"Grimorio contra infamias (poesía 2020)



 Estoy regresando de un sitio muy oscuro. Busco recuperar identidad, familia, literatura y sentimientos.
Acá estoy.

NÚMERO MAYO 2017

GACETA LITERARIA Nº 125 - MAYO DE 2017 - 





PÁGINA Nº 1 - REFLEXIONESPEDRO SALVADOR ALÉEL LADO OSCURO DE LA CRÍTICAEscritores contra escritores, es algo que se ha repetido a lo largo de la historia, en esta parafernalia del éxito, donde se confunde la fama con el talento, la publicidad con el genio artístico. Edward J. Trelawny, en sus Memorias sobre los últimos días de Byron y Shelley, decía: “Conocer personalmente a un escritor supone a menudo la destrucción de la ilusión que sus obras ha creado. Cuando retiras el velo que cubre el altar de tu ídolo, y lo ves con su gorrito de dormir, descubres a un tipo quejumbroso, a un pedante, a un insolente snob, o en el mejor de los casos a un ordinario mortal. Como regla es sensato alejarse de los escritores que nos divierten con sus obras, pues una vez que los conoces dejan de deleitarte para siempre”.PÁGINA 2 - POESÍA ARGENTINA: SANTA FENORA HALLEJERCICIOS ESPIRITUALESHubiera queridoJONATAN SANTOSFERNANDO DE MAGALLANESFernando de Magallanes fue el primer hombre que unióPATRICIA SEVERÍNSÉPTIMA CERTEZAEl mundo ha quedado huérfano:MARCELO JUAN VALENTI1-KETTY LISBAJO CONTINUOLa tarde parece andar morosa en el Torreón del MonjeGREGORIO ECHEVERRÍAHISTORICIDAD DE LOS CRISTOSNo me doblegaron las lenguas bífidas del SanhedrínPÁGINA 3 - NARRATIVAMONICA RUSSOMANNOSAN SEBASTIÁNAllá en el fondo Donosti. Allá en el fondo la Donosti que no debe ser invocada porque una vez que se la invoca aparece, y cuando aparece ya se sabe, es tirar de la soguita y no hay caso, el hilito de memoria viene con todo lo que está comprimido y de pronto se despliega y todo está intacto y vívido. Es Donosti y son los abuelos, y el monte y los caseríos, y la niñez con árboles de manzana y las cinco hermanas que cuatro se fueron de monjas y una no, y es el colegio y la monja Imelda puro rencor reconcentrado pobre vieja que ya habrá muerto. Es la Donosti que vocea como en sueños a esta estación que se llama San Sebastián, extemporánea y tan ajena en la pampa sudamericana.LUCRECIA COSCIOdel ombligo del 




































































































































































































































































































































































































































































































































IMÁGENES
JOHN JAIMER MORALES
(Colombia)

PÁGINA Nº 1 - REFLEXIONES

PEDRO SALVADOR ALÉ
(Argentina/México)

EL LADO OSCURO DE LA CRÍTICA

Escritores contra escritores, es algo que se ha repetido a lo largo de la historia, en esta parafernalia del éxito, donde se confunde la fama con el talento, la publicidad con el genio artístico. Edward J. Trelawny, en sus Memorias sobre los últimos días de Byron y Shelley, decía: “Conocer personalmente a un escritor supone a menudo la destrucción de la ilusión que sus obras ha creado. Cuando retiras el velo que cubre el altar de tu ídolo, y lo ves con su gorrito de dormir, descubres a un tipo quejumbroso, a un pedante, a un insolente snob, o en el mejor de los casos a un ordinario mortal. Como regla es sensato alejarse de los escritores que nos divierten con sus obras, pues una vez que los conoces dejan de deleitarte para siempre”.Goethe dijo en cierta ocasión: “Hay libros que no parecen escritos para que la gente aprenda, sino para que se entere de que el autor ha aprendido algo”. Voltaire llamó a Shakespeare “borracho bárbaro” y Víctor Hugo califica a Goethe de “Qué monstruo, qué bestia”.Juan Ramón Jiménez tuvo fama de ser un crítico furibundo que atacaba a las nuevas generaciones, Pablo Neruda, una de sus víctimas, dice que el poeta español fue el encargado de hacerle conocer la legendaria envidia española: “Vivía como un falso ermitaño, zahiriendo desde su escondite a cuanto creía que le daba sombra. Los jóvenes García Lorca, Alberti, Jorge Guillén y Pedro Salinas eran perseguidos tenazmente por Juan Ramón”.
Paul Johnson en su libro Intelectuales señala: “Brecht era hipócrita y avaricioso”, “Sartre, además de borracho y fumador, vil y mentiroso”, mostrando que los escritores son, exageradamente humanos. Francisco Umbral en su libro Las palabras de la tribu (1994) da una muestra de sus ácidas críticas: Antonio Machado “tiene sentencia de zapatero remendón”. De Pío Baroja dice: “fue un escritor sin interés, es un panadero que ha leído a Nietzsche”. De Torrente Ballester que: “Él y Fernández Flores son dos gallegos con un estilo literario pobre”. Y a su vez Sánchez Dragó ha llegado a decir de Francisco Umbral que “es el escritor con menos ideas de toda la literatura, sus libros son un batido de letras, escribe, pero no es un escritor, vive la efímera gloria de las columnas creyéndose un literato”.Aldous Huxley, rechazó la propuesta del periódico Daily Express para la sección crítica de libros, le explicaba a su hermano: “ escribir todas las semanas contra reloj y, peor aún, leer la literatura contemporánea para luego, si me manifiesto con honradez, pelearme con casi todos mis colegas literarios, porque después de todo, el 99,8% de la producción literaria de nuestro tiempo- como la de todos los tiempos- es pura pis de gato- Si dice esto uno se hace impopular y me acusarían de envidia”. Lo dicho no es ajeno a esta realidad latinoamericana. Deberíamos aprender un poco, hay de todo en la viña de las letras.

PÁGINA 2 - POESÍA ARGENTINA: SANTA FE

NORA HALL

EJERCICIOS ESPIRITUALES

Hubiera querido
retirarse a una cueva
humillar su timidez
hasta que el miedo cediera de a poquito
resucitar triunfante
pero hay olores que ensanchan la nariz
moras y guayabas robadas
con discreción pulcras mantillas del ángelus
almohadas ya lavadas de historia
flores ajándose en los entierros familiares
innecesaria tinta para exvotos
sangre que se va sola
y al concentrarse
detrás del perfecto aroma
va apareciendo una ira indescifrable
que impide

toda resurrección

JONATAN SANTOS

FERNANDO DE MAGALLANES

Fernando de Magallanes fue el primer hombre que unió
el océano Atlántico con el Pacífico
y el primero en circunnavegar el planeta tierra.
Fue también el hombre-dragón
el hombre-serpiente que conectó principio y fin
con la cabeza y la cola de sus naves.
Al mito de la serpiente que engulle su propia cola
en forma de círculo se lo conoce como Uróboro.
Es el símbolo de la renovación continua de la vida
y de la naturaleza cíclica de las cosas.
A medida que la expedición de Magallanes avanzaba
se fue tragando a sí misma.
En los jeroglíficos del sarcófago de la pirámide
del faraón Unis, 2300 años A.C se pudo leer
que una serpiente iba a ser entrelazada por otra,
el macho serpiente es mordido por la serpiente hembra,
la hembra es mordida por el macho.
El cielo está encantado, la tierra está encantada.
Magallanes pierde su vida en una isla
mordido en la pierna con una flecha venenosa
lanzada por la tribu cebuana de Filipinas,
a quienes querían evangelizar.
También le dieron en el brazo
con una lanza de bambú,
mientras pataleaba en el mar.
La serpiente muda de piel
y con Elcano al frente termina la expedición,
se cierra el círculo en la bahía de San Lúcar
lugar donde había empezado todo.
Una serpiente de más de 69.813 kilómetros
que da vuelta al mundo.
Según el mito nórdico
el Uróboro es la Serpiente de Midgard,
un ser perverso que Odín tuvo que tirar al mar,
creció tanto que mordiéndose la cola
podía abrazar toda la tierra.

PATRICIA SEVERÍN

SÉPTIMA CERTEZA

El mundo ha quedado huérfano:
en la madrugada que abre al este
empujan las tinieblas lo oscuro de la tierra
los pastos en las sombras/tenues hebras/
rocío brotando entre palmeras/ha llovido en mayo
el puente despega maderas sobre el río
su cauce de aguas turbias
huelo el fresco fulgor de la mañana/
la húmeda escarcha de la niebla/
las garzas en su hueco de plumas
se derraman en los charcos
detrás de mí la parábola del sol
roja estela sobre el polvo
últimas estrellas sobre la garganta de luz
impaciente/ el mundo/ quiere amanecer
pero ha quedado huérfano
no puede nacerme en la mañana del campo
si tus dedos no respiran mi nombre
allí/al oeste/donde todavía duerme la noche

MARCELO JUAN VALENTI


1-
Yo era el rey del patio y
me orbitaba una muralla de adultos 
portadores de tiaras y estandartes. 
Recuerdo el
merodeo de gatos negros
con ondulaciones de estrellas
muertas. Escondido graznaba
un piano, orgulloso,
ajeno, temible, perdido
en aquel tiempo que ha sido devorado.
2-
Vagabunda contemplación de cuerpos
como ópalos
bajo un cielo
festoneado de
delirios. Alhucemas
desaforadas
ríen burlonas,
cómplices,
traicioneras.
3-
Barroco,
como urdimbre de pétalos,
como la furia de una sinfonía infernal
de goces. Apremiado por
el desenlace, mis
gestos tiemblan en las comisuras. Una palabra
que no hallo, se iza,
espléndida.
4-
Aislados
los indicios.
Curiosidades, molestias,
inconveniencias.
Lo desconocido
insiste
hasta sobrevenir.
El martirio del placer, los ojos en techo,
que permanece inmaculado, inconmovible.
Lejos.
5-
Desentierra
una rayuela,vestigio de infancias infinitas.
Se la arrebata
a la tierra y a la hierba
sobre las que la rayuela era imposible.
Las hormigas y el tiempo
han legado un
cielo impecable.
Rayuela, dice,
los ojos grandes,
las manos sucias.

KETTY LIS


BAJO CONTINUO
A Marta Cwielong

La tarde parece andar morosa en el Torreón del Monje
luego un lago lejos
lujo del verano
en el rosal solitario calle abajo
varilla de ámbar encendida por el mar cercano y rumoroso
y arriba
vaho y vida entre los músculos
olor salobre
áspero
La tarde parece patinada en ocre
por un fogoso foco que espléndido circunda el círculo lunar
más allá de la escala que espera para alzar su vuelo sin un rumbo estable
subida al velamen de los barcos.
Cerca
un chiquillo solitario
el sueño suave
la cara sucia
tristeza
en la fotografía de la adolescente
con sombrilla de encajes y pamela blanca
y un caballo
galopando al conjuro liviano de los bosques
su espíritu herido de morado en la serena blandura de la arena.
Lo salvaje del caballo se estremece
se asoma a una casi noche enrojecida
donde debiera lucir el arcoiris
para esta joven que mira desde un pasado sin retorno.
Dónde habrán ido sus criterios
dónde sus contradicciones
porque bien pudo compartir
el rígido ritual de la mesa familiar
y hacer secretamente el amor a la hora de la siesta
al amparo de los árboles del parque
del agua clara saltarina de la fuente
en un “palacio entre luz humosa.”
Es posible también que
haya celebrado su boda ante un altar
abarrotado de figuras
a veces valiosa presencia de lo artístico
siempre inútiles
y ser una elegante dama en Buenos Aires, Londres o París
aunque su cuerpo se ha desintegrado igual
con la custodia de un ángel de mármol de Carrara
comprado carísimo en Italia.
Perdió de todos modos la burbuja del misterio
lloró de todos modos la huida del misterio
al entrar en los sueños dulces
turbios
que en las mañanas se deshacen.
Fue ciertamente hermosa y quizá murió muy joven
o quizá soportó la ancianidad cegando el cristal de sus espejos.
¿Su libro preferido habrá sido la romántica historia de María?
Por qué la taiga si hasta ayer parecía florecer la primavera
prometiendo sembrar un ramo de jazmín
sobre sus párpados
¿Tal vez pudo internarse
en la profunda y bella fronda de La Sonata a Kreutzer?
Es posible que en algún momento un ojo zarco detrás de los azogues
espesa tundra interna
demiurgo en sí
haya escuchado el latido del océano
presumiendo
apresurando
la certeza de que no había demasiadas diferencias
salvo una simple y lineal cuestión de circunstancias
con aquella muchachita marchita y tan callada
a quien le regalaba sus prendas de interior
algunas de sus blusas
algunas de sus faldas
y sus zapatos viejos.
Su sola transparencia
cardo ancestral
perdida zarzamora
sólo puede mirar el andar bullicioso las madrugadas
asomada al paredón interminable de la Recoleta.
Es posible sí
imaginar en ese rostro terso de la adolescente
fotografiada con sombrilla de encajes y pamela blanca
rojas ramas en el roble
que sostienen la saliva volátil de los vivos
la soledad esteparia de los muertos
aunque la magnitud del tiempo se pierda sin consuelo
en la zona movediza de un desierto fugaz
donde la historia de cada historia personal se esfuma
en la hora del estruendo sin estruendo
en la hora del silencio con silencio
en los bordes imprecisos de la noche
madrugada al caer
mientras los arbolitos de la calle están sin sus tutores
esqueletos de hierro
pintados sin imaginación de negro
basural de latas vacías de cerveza o coca cola.
Tristeza
galope fantasmal en la fotografía de la joven
que alguna vez caminó por las mismas veredas que nosotros
pura transparencia hoy su rostro
a pesar de la bella sombrilla de encajes y la pamela blanca.

GREGORIO ECHEVERRÍA

HISTORICIDAD DE LOS CRISTOS


No me doblegaron las lenguas bífidas del Sanhedrín
ni pudo el Kineret de arena gruesa avasallar la piel
de mis sandalias / mis dedos sobrevivieron al formón
y a la gubia en la carpintería / mi cuello al cilicio
y a los patíbulos del César
aunque forzado a navegar a bordo de un madero
secamente enclavado entre legión de espinas y sudor
de barrabases y ladrones / desmantelé el capítulo
del Gólgota para escandalizar a los profetas
y a mis historiadores / mi visible destino eran los basurales
de León Suárez / la tuberculosis que echa sus tallos ácidos
en Chuquicamata y a orillas del estaño / esas costras oblicuas
que tejen mis monseñores y banqueros sobre cantegriles
y callampas / un toldo pampa donde agoniza el último tehuelche
o el tartajeo del remington y el látigo sembrando su misión
entre espaldas de yerba y de quebracho.
Mi verdadera muerte fue pequeña / sin resurrección
y sin epístolas / ocurrió a manos de David que no es pasto
de cabras ni labraba unos campos / David hijo del lobo
cinco generaciones de buitres sangrientos / David nieto
de una barriga que hinca sus colmillos en Comodoro Rivadavia
y su culo en Manhattan / David quien guiñando un ojo
a sus generales y almirantes les presentó mi caso
This is the question / es un loco / piensa
y dice la verdad / I find him very dangerous.
Ecce homo.
PÁGINA 3 – NARRATIVA

MONICA RUSSOMANNO
(Argentina)



SAN SEBASTIÁN

Ya al ver en el recorrido el nombre de la estación San Sebastián, se le recortó en rojo y se dijo que no, que esta es otra San Sebastián tan lejos tan inconmensurablemente lejos de la baska Donosti de edificios delicados y puentes ornamentados. Sabe, ella, que esta San Sebastián argentina no es ni puede parecerse a la Donosti euskera, y sabe por haberlo sufrido que los viajes deben ser hacia adelante, porque el que mira hacia atrás se transforma en sal, en estatua, en lágrima y dolor visceral.
Pero este tren va a hacer parada en San Sebastián, y el no pensar es difícil y el no sentir es imposible. Detrás de las ventanillas se suceden los campos llanos y el pasto mientras se superpone una capa delgada de helechos, de coníferas, de ovejitas blancas con cencerro. Será una niebla quizás la que nubla la vista y hace aparecer montes redondeados, casas blancas con tejados rojos, olor a mar allá donde los barcos se enfrentan con sus hombres al Cantábrico.
Euskadi que ya no es, Euskadi de la niñez que tan ligada está a la muerte, como eso de que la meta y la largada suelen converger en las pistas circulares.
Miedo, ahora. Miedo del tren que es como la luna y las monedas, como la lluvia y la tristeza, imágenes que devienen en metáforas tan exactas que se confunden. El tren y el viaje hacia la muerte, fin de viaje, la vida que traqueteando se precipita en la nada final. Y ahora que el tren llegará a San Sebastián se cierra el círculo sobre la infancia. Miedo. Miedo a desear que de una vez acaben los trabajos y las agitaciones, se pare el péndulo y la San Sebastián ésta sea la Donosti aquella. Miedo a querer estar en la muerte mientras el tren se precipita sobre los rieles negros.Vuelven los parques y las estatuas, vuelve la nieve derritiéndose en las botas y vuelven los temporales y las galernas que devoraban barcos allá donde el mar es océano poderoso. Vuelven aquellos trenes que, se lo debe decir a si misma, no son éste tren.
Anochece.
Ya casi llega. 
Las penumbras permiten que el paisaje se levante como un libro troquelado, abetos y robles suplantan los eucaliptus, iglesias de piedra, ríos estrechos con puentes de pretiles gastados y sombras de peregrinos con sus maquillas, esos báculos de andar por el monte. Ya ni hace falta mirar por la ventanilla, si todo está más adentro de la superficie de los ojos, si ya es todo una yuxtaposición de bailes con vestido blanco y cintas verdes y rojas, el gato Holofernes cayendo de la terraza, los jacintos en las macetas, y el desgarro del puerto desapareciendo en el horizonte, tan pequeño, tan pequeño, en la nefasta jornada de la partida.
Ya no hay planos, todo está allí comprimido y necesario, compacto. Un todo en el que la violencia de la partida, el amor de los abuelos, el olor a los lápices de madera, la voz de la radio BBC durante la segunda guerra, las amigas y, también, todo lo malo, son una madeja indistinguible que le está haciendo estallar el pecho.
No le importa morir aquí, hoy, esta noche. En este momento se ha alineado la vía hacia Donosti, y con lágrimas advierte que el tren se detiene.
Baja del vagón sin sentir el suelo bajo los pies. Sabe que la recibirá el mar y el monte, que la querida silueta del abuelo la esperará en el andén. Con ojos 
fijos mira su propia muerte.
El hijo y el nieto la esperan. Desciende la abuela con un rostro extraño, casi como si no hubiese nadie detrás de esa máscara rígida para responder a la llamada. La llaman. Al hijo le ha temblado un poco la voz. La abuela vacila levemente, advierte al nieto, ve al hijo ya canoso. Retorna, sonríe, vuelve a entrar en sí. Sale de Donosti, camina hacia ellos por San Sebastián. 
Ha de vivir un poco más.
PÁGINA 4 - POESÍA ARGENTINA: SALTA

DETRÁS DE LAS REJAS DEL TORNO
(Se asoma Juana)

A la sombra
de los sueños.
Dejarte entrar al jadeo
del valle más oscuro del nectario
y sucumbir al aroma de tu piel de lluvia
sobre el crujir de mis terrenos.
Durante la gran sequía,
la tentación de la descendencia
o simplemente...de tu cuerpo.
Pecarte
al tintineo de tu brisa
sobre mis colinas,
al respirar de una corola
entreabierta por los siglos.

DARÍO VILLALBA

EL EQUILIBRISTA

Camina colgado
de mis ojos
salpicado de tenso silencio
con la muerte a la altura de los pies
mordiéndole los talones
como una dura sombra
No hay que confundirlo
con un ser superior
Él       
como todos
se gana la vida
ganándole a la muerte
No hay red
De todos los espectadores
solo yo sé el secreto:
nunca se muere
Si cae
para salvarlo
es la vida misma
quien le tira
un mar
o una mujer

FERNANDA AGÜERO

EN ESTE CUERPO ESTUVO EVA

en este cuerpo estuvo Eva
bebiendo los tragos absurdos de su soledad
imaginando
que no hay alambres de púas
en mi cuello
ni cepos en los pies
mariposa de trapo
ala frágil
abrazo en la noche
me vuelve caminante su voz libertaria
arropa la infancia en un pueblo lejano
besa las huellas
el barro
el aire que ventila mi sangre
cuando la pienso
con sus pies sin dios sobre la tierra
en un rincón de mí
ella ha tejido una cruz que parpadea

CARLOS ALDAZÁBAL

TRILOBITES

Si es por tragedia, alguien debería
contar la historia de los trilobites,
animales marinos condenados a fósiles,
a que nadie humedezca sus mañanas
ni recuerde la razón de los abismos.
Pero no se trata de escribir lo que se sabe.
Aquí la tragedia es no poder despedirse,
no poder desear buena ventura,
un “que te vaya bien, que todo amaine”.
No se conocen las rutas de la muerte
ni los designios del azar que transforman los restos.
No se conoce el rumbo, ni el color, ni la forma.
Sólo sabemos lo que supura el ojo,
y líquido por líquido, ojo por ojo,
es la tragedia la que decora el cuadro:
caminata torcida para subir un cerro
con fósiles marinos creciendo en sus cornisas.
Un caprichoso adiós, que ya no importa.

TERESA LEONARDI

MUJER DIBUJANDO LOS PAISES POR VENIR

Ha roto con el árbol genealógico.
Al señor con galera que vivía en su memoria derecha
lo envenenó esta madrugada.
A la abuela con bucles
que en la foto se esconde detrás de un abanico
la encerró en el sótano.
Al tío que distinguía con su nariz enorme
quienes eran bastardos en familias ilustres
lo ha izado hasta las nubes para que no regrese.
En el invierno alimenta la estufa
con las hojas del Derecho Romano.
Aplaude los desastres bursátiles
y confía en los terremotos futuros.
¿Cuál dueño de los establos de occidente
podrá darle caza
a la jineta que cabalga furiosa
dibujando el mapa de los países por venir?

HUGO RIVELLA

HACE YA VARIAS SEMANAS QUE NO SALE EL SOL

Hace ya varias semanas que no sale el sol.
El tiempo parece huido de las cosas,
se aletarga entre las brumas
en donde un cenagoso gemido penetra las paredes
hasta exceder la magia del recuerdo.
Un hedor a moho a fantasmas a silencio olvidado
rebota contra el más mínimo movimiento.
Afuera nos acechan los demonios.
Yo he tratado de asirme a la falda de mi madre
y
ésta se desvaneció como una hostia en la boca de un hambriento.
Hubo una voz imprecisa
llamándome
desde la noche
maaaadre mamáaaa mamadre mamaíiita.
(hace tiempo que he perdido mi memoria de ensueñera)
Un perro con la lengua afuera
Con una pena más honda que la incomprensión
ladró a mi sombra
y se metió en ella hasta ser ladrido y sombra y hueso
una sola existencia.
Dime entonces Padre: Cómo haremos para seguir?
Dime entonces Padre.
PÁGINA 5 – NARRATIVA

ALFREDO DI BERNARDO
(Argentina)

EL BLUES DEL TREN DE LAS 11.40

El miedo había estado allí; ahora lo sabía. El miedo había estado acompañándolo todo el tiempo, como un monstruo en estado embrionario, en cada instante de las once horas transcurridas desde el histórico "suficiente" pronunciado por Gómez Laurenz para convertirlo en abogado.
Había estado allí, oculto entre los pliegues de su conciencia, aguardando el momento propicio para asestarle esta dentellada feroz y traicionera, para inocularle este hielo en la sangre que lo retenía impávido en la vereda penumbrosa de la pensión, clavado junto a la puerta de calle con el corazón sobresaltado, temeroso de volver a los festejos del patio.
"Me pasaron la mesa de Sociedades para mañana a la 8; vos ya serás todo un doctor, pero nosotros tenemos que seguirle dando, nene". La excusa invocada por Fabiana para justificar su decisión de abandonar la fiesta todavía resonaba en su cabeza, estableciendo crudamente un límite, un antes y un después. El abrazo fuerte y emocionado de su amiga, su largo beso en la mejilla, su promesa de escribirle cartas, su grito cariñoso mientras el taxi se alejaba pidiéndole que no se olvidara de ella, habían quebrado algo en su interior. La sensación de eternidad se había desmoronado de golpe, dejando al descubierto el miedo (el miedo que siempre había estado allí), anunciando el previsible final de la tregua, la confirmación innecesaria de lo que él ya sabía. (Porque él lo sabía, lo había sabido perfectamente durante mucho tiempo, quizás desde aquel lejano recelo experimentado al subir por primera vez las escalinatas de esa Facultad que parecía tan enorme. Era como entender algo sin palabras, sin pensarlo en forma expresa. Sólo que una cosa era presentir que iba a doler, y otra muy distinta comenzar a sufrir el dolor real).
Miró la hora en un gesto casi inconsciente: las 4 y 10 de la madrugada. El sonido de la música y las risas llegaba desde el patio como un rumor asordinado. Cerró la puerta tras de sí y regresó por el pasillo a oscuras con una vaga sensación de malestar hormigueándole en las venas. El patio bullía en animado desorden y nadie lo vio reaparecer desde las sombras. De pie bajo el farol macilento que iluminaba tenuemente la reunión contempló a sus amigos con una mirada melancólica, como buscando atrapar algo sabiendo que no podría atraparlo nunca. Ahí estaban todos: bajo la galería, el Pato riéndose de cualquier cosa, atacando cerveza tras cerveza, Mónica haciendo payasadas parada sobre una silla, José Luis y Gonzalo repartiéndose los restos fríos de una pizza de tomate, Aldo abrumando a Laura con sus cuentos malos; en el centro del patio, Fernanda y el Negro bailando con incansable entusiasmo, como si se hubieran recibido ellos, contagiando su alegría a Marita y a Willy; allá en el fondo, Jorge borracho bailando con una escoba para delicia de todos los presentes.
Se sintió raro. Recordó que apenas una hora atrás se había deslizado hacia la pared de la enredadera con sigilo, como si temiese romper un hechizo, con el único objeto de gozar del alegre trajín de brazos, manos y bocas, la alborozada evolución de los gestos en torno a la mesa rectangular. Recordó que, merced a una súbita y mágica revelación, había comprendido entonces que se hallaba en el medio de uno de esos infrecuentes y escurridizos momentos plenos de su vida, una de esas seis o siete ocasiones anuales en que podía afirmarse que vivir valía la pena. Y recordó también que en ese instante, justo en ese instante, había concebido la delirante idea de clausurar todas las salidas y secuestrar a sus amigos, tomarlos por rehenes y exigir desafiante a Dios, al Tiempo, a la Vida o a quien fuere, que esa reunión durara para siempre. Pero ahora ya era tarde. Fabiana, sin quererlo, acababa de destrozar la frágil utopía. Ahora que las heridas invisibles comenzaban a sangrar no existía modo de volver a construirla.
-¿Bailamos, caballero?
La voz inesperada lo sobresaltó. Sumido en su confusión mental no había advertido aquella presencia cercana. Giró su cabeza hacia la derecha y pudo ver a Laura haciendo una reverencia burlona que acompañaba la invitación.
Improvisó una tontería para disimular y se dejó arrastrar por la muñeca hacia el centro del patio. Por unos segundos se olvidó de todo -del monstruo y los fantasmas, del porvenir, del tren de las 11 y 40-. Revivir la magia pareció posible. Pero fue sólo un espejismo transitorio. Un instante después, al recibir el perfume de Laura en pleno rostro como una bofetada del Tiempo, no pudo evitar el recuerdo de aquel Baile de la Primavera en que se habían conocido y la grieta en su interior se abrió de nuevo. Pensó en los seis años que habían pasado desde aquella noche, desde aquella Laura aniñada, y lo categórico de la cifra -¡seis años, Dios!- le ocasionó un vértigo fugaz, una suave opresión en la boca del estómago que ni siquiera el ruidoso trencito que los bailarines habían comenzado a formar pudo disolver.
Su malestar se acrecentó. Comprendió que la fiesta -su fiesta, esa misma fiesta que para los demás estaba en su apogeo- había terminado para él.
Descubrió que él y los otros respondían ahora a tiempos diferentes, irreconciliables. No importaba que él volviera a su pueblo y ellos se quedaran. Lo que contaba no era la distancia física sino otra clase de lejanía. "Ahora vas a tener que usar corbata todo el día, bagre", le había dicho Aldo al llegar, y sólo en este momento se le revelaba el significado oculto de esas palabras. No más Facultad, no más pensión, no más trasnochadas en los bares del bulevar, no más vino con amigos. Final del juego; estaba solo otra vez. Él quedaba afuera, como si una puerta se cerrara inexorablemente a sus espaldas. Como si, al igual que la fiesta, la vida siguiera sólo para sus amigos, no para él.
"Si supieran que estoy triste a once horas de haberme recibido dirían que estoy loco", pensó, riendo para sí, mientras se refugiaba en la cocina con la excusa de buscar hielo. Pero era irreversible: el miedo comenzaba a derrotarlo. Había buscado en esos seis años de Facultad un desvío, una salida tan sorpresiva como inexistente y no la había hallado. "Vos querés sacarte una especie de lotería metafísica", le había dicho una vez Gonzalo y era cierto, pero su número no había salido premiado. Ahí estaba el monstruo, entonces, desatando los fantasmas. Ahí estaba él con su ridícula impresión de sentirse un viejo a los veinticuatro años.
Descubrió con estupor que el título de abogado le confería carácter de extranjero. La ciudad lo rechazaba sutilmente, haciéndole comprender su condición de cuerpo extraño, pero el regreso a su pueblo sólo serviría para acrecentar su certeza de que él ya no pertenecía a aquel lugar. Imaginó el orgullo emocionado de padres y hermanos, la alegría vulgar de su novia, la infantil idolatría de sus sobrinos y supo de antemano que en nada ayudarían a aliviarlo. Se vio a sí mismo desterrado en la calma soñolienta de un perpetuo domingo y se sintió vacío, como si la vida se acabara mañana mismo.
Como si la vida se acabara con el tren de las 11 y 40.
Sin embargo, no era eso lo que espoleaba su tristeza. No se trataba de la preocupación por un futuro forzado, previsible y ajeno a sus deseos. Se trataba de algo mucho más urgente y visceral, una etapa desvaneciéndose sin remedio, la desesperante sensación de agua que se escurre entre las manos.
Se trataba de las peñas, los bailes, los asados de comisión, los campeonatos de truco, las reuniones de damajuana y choripán, las mateadas interminables hasta el amanecer, las imponderables horas gastadas en el bar de la Facultad para hablar de Cortázar y de Sartre con Gonzalo, las mil y una revoluciones
planeadas y ejecutadas en el aire desde una mesa de café. Se trataba de la nostalgia, ese roedor implacable que había comenzado a mordisquearle las entrañas.
Se acercó con el hielo al grupo que ahora estaba reunido bajo la galería bebiendo vino. Aceptó que el Negro le llenara el vaso por enésima vez y se dejó caer sobre una de las sillas que bordeaba en forma desprolija la mesa rectangular. Se quedó mirando hacia arriba con los ojos fijos en algún lugar incierto de la noche estrellada de diciembre, bosquejando mentalmente el momento en que partiría rumbo a la estación acompañado por los sobrevivientes de la fiesta. Suspiró resignado. Supo que Dios, el Tiempo, la Vida o quien fuere lo había vencido. Se podía, sí, escuchar a José Luis contando cuentos verdes, rogarle a Mónica que recitara poemas de Machado y a Willy que imitara profesores, se podía pedirle al Pato que cantara un blues de los suyos, pero ya nada sería igual. Incluso podía él mismo, como tantas otras veces, ladrar Muchacha ojos de papel o El oso hasta quedar disfónico, pero era inútil; el tren permanecería allí, como una obsesión, ensombreciendo la fiesta. Estaba perdido: ni siquiera quedaba el frágil consuelo de dedicarse a construir un último recuerdo, el recurso demencial de disfrutar del incendio antes de que solamente quedaran cenizas.
A lo sumo, pensó mientras Laura le acercaba la guitarra al Pato y le pedía que cantara algo, quizás fuera posible dejarse llevar hasta el tren con la conciencia adormecida, deslizarse hasta él como por una pendiente suave y confortable. Quizás fuera posible buscar en el fondo del vaso una última anestesia y aislarse del derrumbe, quitarse de la cabeza la hiriente comparación entre la imagen de aquel taciturno muchacho de pueblo que una noche de viernes, recién llegado a la ciudad, había aprendido de una vez y para siempre lo que era sentirse solo, y esta otra imagen, mucho más cercana, virgen todavía de nostalgia, la del abogado recién recibido saliendo del aula después del examen para encontrarse con el abrazo de sus compañeros. Resultaba imperioso saturar las horas restantes, evitar los minutos vacíos, embotar los sentidos y aturdirse para no pensar, vaciar vaso tras vaso hasta hacer que las voces se independizaran de quienes las emitían, convertirlas en ecos que resonaran lejanos, como un ruido más en la madrugada. Había que hacer lo que fuera necesario para perder la noción clara de las cosas y remover de la boca ese acre sabor a final, a despedida.
"Ojalá no amaneciera nunca", dijo Mónica a su lado, con un dejo de melancolía, como si hubiese adivinado sus pensamientos. La miró sorprendido, con una sonrisa entre amarga e indulgente. Vaciló unos instantes, pero no dijo nada. Sólo extendió el brazo libre y la atrajo hacia sí en un abrazo tierno que pretendía ser indestructible. Dejó luego que su cabeza resbalara indolente y se acurrucó en el regazo de su amiga.
Alguien apagó el radiograbador y el brusco silencio de los parlantes se le antojó sobrenatural. Cerró los ojos para no ver el momento en que las primeras caricias del sol desperezaran, allá en lo alto, a la enredadera del fondo. Después se fue hundiendo lenta, tibiamente, en una serena y profunda lasitud, mientras la guitarra del Pato comenzaba a gemir un blues.
PÁGINA 6 – POESÍA ARGENTINA: LA PAMPA

DIANA IRENE BLANCO

FUGA

Escapé de la noche.
Salté sus muros de ojos vacíos.
Mordí llaves voraces para que no me atrapara.
Cerré puertas con trancas de hielo.
Crucé sus pasillos de tinieblas, esquinas
de espejados cansancios.
Pisé las últimas veredas sin mirar su boca de tajo.
Y afuera tropecé con otras noches.
Ajenas y tan iguales a las mías.
Algunas arrastraban desgastados harapos de viejas ternuras.
Otras juntaban leños para calentar un lucero
que ciertas madrugadas olvidaron.
O hilaban pacientes minutos en relojes atrasados.
Unas vagaban en barcas de tules temblando.
Otras contaban monedas frías de inevitables desencantos.
Mientras tendían en hilos de espinas pañuelos mojados.
Muchas esperaban inútiles trenes
a la luz de una brasa .
En el andén de la noche todos estábamos.

EUGENIO CONCHEZ

DE LAS FAMILIAS
a Patricia Malone

I
Un fuerte olor de vinos desplazándose en la casa,
una fuerte carpa de sombras ocupa la noche.
Es cuestión de hacernos con el tiempo, de sodomizarlo.
Le pisarás su cabeza de perfumes
lo dejarás en el suelo abierto
para vivirnos entre manzanas y palabras
palabras palabras solares
para las manzanas y las uvas
elegir entre el miedo y las palabras
“Dejaré de escribirte,
dejaré de escribirte palabras insolentes en el cuerpo.
Tendremos una familia.”
Ella quería ser su puta
y no lo supo o no lo supo decir
y se quedó sin tiempo,
y otro tiempo le hizo un hijo.
II
Las mariposas arruinaron una tarde de lluvia.
“¿Vos me lo escribiste?”
Ella ocupaba todo el sol.
Lloraba.
Gastaba el papel entre las manos
con inocencia.
“¿Hiciste esto para mí?”
Reía y lloraba de palabras.
Todavía eran jóvenes y simples como los comienzos.
Ahora no entienden la música de la lluvia.
III
“Siempre haces fiestas para ocultar el silencio Mrs. Dalloway.”
Domingo, como los domingos un color pastel. Una fiesta.
La familia; la conversación insignificante (sostenida);
el cuadro del plato minucioso; el sonreír ordinario.
Siempre los ojos del niño. Algo vacío.
(El silencio en la cama; el otro a medio decir, tras los ojos.)
El prolongado esfuerzo de construir algo que no amamos.
Los años
diciendo palabras de otros
una cama molestada por dos cuerpos
dos cuerpos, una sábana, todos los anhelos todas
las noches
una misma dirección
- sus alientos, sus besos se repelen -
Se obligan a vivir por molestias.
Escuchan
es decir repiten
para postergar el vacío
cuyo nombre olvidaron
no recuerdan esa planta—
los espejos deshabitados del sótano.
Olvidaron el idioma de la lluvia.
Olvidaron lo que estaba en la sangre
como plantas que se mudan al hielo.
En la vida había cosas tan fuertes.
“Hoy estoy demasiado cansada para tener emociones.”
Se cansaron de traslucir el tedio.
Ambos hubieran jurado
que guardaban fotos de su amor.
Ahora hace demasiado que son ellos.
Tienen la certeza de que sólo viven en lo que ocultan.
Se van secando de intermitencia
de lo que no son,
de la escasez de lo oculto.
(Habitar nuestro engaño merece sus paréntesis.)
Instantes reídos en el último barro,
lo poco, lo mío; mis actos de sombra.
Viven con la certeza insoportable de que no se conocerán.

OLGA LILIANA REYNOSO

DANZA

Voy a danzar la lluvia
sobre tu piel de arbusto.
Danzaré golondrinas
para anunciar de par en par
la primavera.
Y un solo de crepúsculo
sonará en el desierto.
Las magnolias darán
su pan de amores blancos,
soliloquio de besos,
pentagrama y palomas.
Saxofón, vos
violines, vos
piano de cola, laúdes y volcanes.
Una cantata, vos,
toda una orquesta.
Y el universo bailará conmigo.

GUILLERMO HERZEL

FRENTE A SU RETRATO

Detrás del vidrio está la luz de su memoria, la exacta latitud del honor y del coraje. 
El rumbo templado por combates y ternura. 
La estación de la lucha que se repite para que resuciten los sueños: 
La escuela-el trabajo-la sed de los ancianos-los hospitales.
Hay en ese rostro hombres y mujeres que asisten prolijos a la inauguración de la esperanza, 
a compromisos luminosos, a las alturas de Tiahuanaco, 
donde la voluntad del continente fundara el lenguaje de los pueblos, las antiguas causas.
Andando la dimensión que irradia su retrato, 
los que lo contemplan, hacen cumbre debajo de su estrella.
Ya están con él, mirándose a los ojos 
y es entonces cuando el Comandante es América 
y les habla.

ADRIANA LAMELA

PENITENCIA

Reclamé, reclamé como la autora gustosa
a los golpes impíos
que saben de buena tinta el calificativo
de la vida.
He convocado al orgullo,
le encomendé mi existir.
Aún así un ingenuo texto
se eleva por sobre la malicia
en presencia de una polifonía
allí donde búhos y capullos
esculpen el arte de la nubes
Un ingenuo texto exploratorio.
Sí florece la nostalgia con bríos,
se descubre el reposo del soberano;
acontece el silencio de cucos y borrascas,
ocurre el hombre alborotado con mi sonrisa
o los custodios del fuego
fragmentando mis memorias.
He reclamado, he reclamado.
He reclamado hasta ninguna vez.
PÁGINA 7– NARRATIVA

JUAN RULFO
(México)

LA TIERRA QUE NOS HAN DADO

Después de tantas horas de caminar sin encontrar ni una sombra de árbol, ni una semilla de árbol, ni una raíz de nada, se oye el ladrar de los perros.
Uno ha creído a veces, en medio de este camino sin orillas, que nada habría después; que no se podría encontrar nada al otro lado, al final de esta llanura rajada de grietas y de arroyos secos. Pero sí, hay algo. Hay un pueblo. Se oye que ladran los perros y se siente en el aire el olor del humo, y se saborea ese olor de la gente como si fuera una esperanza. Pero el pueblo está todavía muy allá. Es el viento el que lo acerca. Hemos venido caminando desde el amanecer. Ahorita son algo así como las cuatro de la tarde.
Alguien se asoma al cielo, estira los ojos hacia donde está colgado el sol y dice:
-Son como las cuatro de la tarde.
Ese alguien es Melitón. Junto con él, vamos Faustino, Esteban y yo. Somos cuatro. Yo los cuento: dos adelante, otros dos atrás. Miro más atrás y no veo a nadie. Entonces me digo: “Somos cuatro.” Hace rato, como a eso de las once, éramos veintitantos, pero puñito a puñito se han ido desperdigando hasta quedar nada más que este nudo que somos nosotros.
Faustino dice:
-Puede que llueva.
Todos levantamos la cara y miramos una nube negra y pesada que pasa por encima de nuestras cabezas. Y pensamos: “Puede que sí.”
No decimos lo que pensamos. Hace ya tiempo que se nos acabaron las ganas de hablar. Se nos acabaron con el calor. Uno platicaría muy a gusto en otra parte, pero aquí cuesta trabajo. Uno platica aquí y las palabras se calientan en la boca con el calor de afuera, y se le resecan a uno en la lengua hasta que acaban con el resuello. Aquí así son las cosas. Por eso a nadie le da por platicar.
Cae una gota de agua, grande, gorda, haciendo un agujero en la tierra y dejando una plasta como la de un salivazo. Cae sola. Nosotros esperamos a que sigan cayendo más y las buscamos con los ojos. Pero no hay ninguna más. No llueve. Ahora si se mira el cielo se ve a la nube aguacera corriéndose muy lejos, a toda prisa. El viento que viene del pueblo se le arrima empujándola contra las sombras azules de los cerros. Y a la gota caída por equivocación se la come la tierra y la desaparece en su sed.
¿Quién diablos haría este llano tan grande? ¿Para qué sirve, eh?
Hemos vuelto a caminar. Nos habíamos detenido para ver llover. No llovió. Ahora volvemos a caminar. Y a mí se me ocurre que hemos caminado más de lo que llevamos andado. Se me ocurre eso. De haber llovido quizá se me ocurrieran otras cosas. Con todo, yo sé que desde que yo era muchacho, no vi llover nunca sobre el llano, lo que se llama llover.
No, el Llano no es cosa que sirva. No hay ni conejos ni pájaros. No hay nada. A no ser unos cuantos huizaches tres peleques y una que otra manchita de zacate con las hojas enroscadas; a no ser eso, no hay nada.
Y por aquí vamos nosotros. Los cuatro a pie. Antes andábamos a caballo y traíamos terciada una carabina. Ahora no traemos ni siquiera la carabina.
Yo siempre he pensado que en eso de quitarnos la carabina hicieron bien. Por acá resulta peligroso andar armado. Lo matan a uno sin avisarle, viéndolo a toda hora con “la 30” amarrada a las correas. Pero los caballos son otro asunto. De venir a caballo ya hubiéramos probado el agua verde del río, y paseado nuestros estómagos por las calles del pueblo para que se les bajara la comida. Ya lo hubiéramos hecho de tener todos aquellos caballos que teníamos. Pero también nos quitaron los caballos junto con la carabina.
Vuelvo hacia todos lados y miro el Llano. Tanta y tamaña tierra para nada. Se le resbalan a uno los ojos al no encontrar cosa que los detenga. Sólo unas cuantas lagartijas salen a asomar la cabeza por encima de sus agujeros, y luego que sienten la tatema del sol corren a esconderse en la sombrita de una piedra. Pero nosotros, cuando tengamos que trabajar aquí, ¿qué haremos para enfriarnos del sol, eh? Porque a nosotros nos dieron esta costra de tapetate para que la sembráramos.
Nos dijeron:
-Del pueblo para acá es de ustedes.
Nosotros preguntamos:
-¿El Llano?
-Sí, el Llano. Todo el Llano Grande.
Nosotros paramos la jeta para decir que el Llano no lo queríamos. Que queríamos lo que estaba junto al río. Del río para allá, por las vegas, donde están esos árboles llamados casuarinas y las paraneras y la tierra buena. No este duro pellejo de vaca que se llama Llano. Pero no nos dejaron decir nuestras cosas. El delegado no venía a conversar con nosotros. Nos puso los papeles en la mano y nos dijo:
-No se vayan a asustar por tener tanto terreno para ustedes solos.
-Es que el Llano, señor delegado…
-Son miles y miles de yuntas.
-Pero no hay agua. Ni siquiera para hacer un buche hay agua.
¿Y el temporal? Nadie les dijo que se les iba a dotar con tierras de riego. En cuanto allí llueva, se levantará el maíz como si lo estiraran.
-Pero, señor delegado, la tierra está deslavada, dura. No creemos que el arado se entierre en esa como cantera que es la tierra del Llano. Habría que hacer agujeros con el azadón para sembrar la semilla y ni aun así es positivo que nazca nada; ni maíz ni nada nacerá.
-Eso manifiéstenlo por escrito. Y ahora váyanse. Es al latifundio al que tienen que atacar, no al Gobierno que les da la tierra.
-Espérenos usted, señor delegado. Nosotros no hemos dicho nada contra el Centro. Todo es contra el llano… No se puede contra lo que no se puede. Eso es lo que hemos dicho… Espérenos usted para explicarle. Mire, vamos a comenzar por donde íbamos…
Pero él no nos quiso oír. Así nos han dado esta tierra. Y en este comal acalorado quieren que sembremos semillas de algo, para ver si algo retoña y se levanta. Pero nada se levantará de aquí. Ni zopilotes. Uno los ve allá cada y cuando, muy arriba, volando a la carrera; tratando de salir lo más pronto dposible de este blanco terregal endurecido, donde nada se mueve y por donde uno camina como reculando.
Melitón dice:
-Esta es la tierra que nos han dado.
Faustino dice:
-¿Qué?
Yo no digo nada. Yo pienso: “Melitón no tiene la cabeza en su lugar. Ha de ser el calor el que lo hace hablar así. El calor, que le ha traspasado el sombrero y le ha calentado la cabeza. Y si no, ¿por qué dice lo que dice? ¿Cuál tierra nos han dado, Melitón? Aquí no hay ni la tantita que necesitaría el viento para jugar a los remolinos.”
Melitón vuelve a decir:
-Servirá de algo. Servirá aunque sea para correr yeguas.
-¿Cuáles yeguas? -le pregunta Esteban.
Yo no me había fijado bien a bien en Esteban. Ahora que habla, me fijo en él.
Lleva puesto un gabán que le llega al ombligo, y debajo del gabán saca la cabeza algo así como una gallina.
Sí, es una gallina colorada la que lleva Esteban debajo del gabán. Se le ven los ojos dormidos y el pico abierto como si bostezara. Yo le pregunto:
-Oye, Teban, ¿de dónde pepenaste esa gallina?
-Es la mía- dice él.
-No la traías antes. ¿Dónde la mercaste, eh?
-No la merque, es la gallina de mi corral.
-Entonces te la trajiste de bastimento, ¿no?
-No, la traigo para cuidarla. Mi casa se quedó sola y sin nadie para que le diera de comer; por eso me la traje. Siempre que salgo lejos cargo con ella.
-Allí escondida se te va a ahogar. Mejor sácala al aire. Él se la acomoda debajo del brazo y le sopla el aire caliente de su boca. Luego dice:
-Estamos llegando al derrumbadero.
Yo ya no oigo lo que sigue diciendo Esteban. Nos hemos puesto en fila para bajar la barranca y él va mero adelante. Se ve que ha agarrado a la gallina por las patas y la zangolotea a cada rato, para no, golpearle la cabeza contra las piedras.
Conforme bajamos, la tierra se hace buena. Sube polvo desde nosotros como si fuera un atajo de mulas lo que bajará por allí; pero nos gusta llenarnos de polvo. Nos gusta. Después de venir durante once horas pisando la dureza del Llano, nos sentimos muy a gusto envueltos en aquella cosa que brinca sobre nosotros y sabe a tierra.
Por encima del río, sobre las copas verdes de las casuarinas, vuelan parvadas de chachalacas verdes. Eso también es lo que nos gusta. Ahora los ladridos de los perros se oyen aquí, junto a nosotros, y es que el viento que viene del pueblo retacha en la barranca y la llena de todos sus ruidos.
Esteban ha vuelto a abrazar su gallina cuando nos acercamos a las primeras casas. Le desata las patas para desentumecerla, y luego él y su gallina desaparecen detrás de unos tepemezquites.
-¡Por aquí arriendo yo! -nos dice Esteban.
Nosotros seguimos adelante, más adentro del pueblo.
La tierra que nos han dado está allá arriba. 
PÁGINA 8 – POESÍA ARGENTINA:CORRIENTES

YAMILA SILVERO

Hoy Jorge
volvió a venir borracho,
lo miré y no pude evitar
que una lágrima desatara
el nudo de mi garganta.
Me miró con sus ojos saltones,
no podía mantenerse en pié
pero se me acercó,
forcejeamos,
quería llevarme a la cama.
En un juego de manos me salí,
corrí hacia el living temblando,
me siguió,
insistía en besarme,
tomó con fuerzas mis muñecas ya moretoneadas
demostración de su fuerza…
Le supliqué que me dejara en paz!
Y en ese momento sentí una cachetada,
un empujón,
un grito en la cara,
y con su ira de “macho alfa”
me violó.
Lloré
Sentí asco
Ya no era el marido al que amé
Su actitud me daba náuseas.
Acabó
me miró satisfecho,
me tomó en su brazos y me tiró en el baño.
Supe que esto no podía seguir así,
me levanté prendida al inodoro,
me dolía cada centímetro del cuerpo,
tomé un baño,
tomé coraje también
y fui a denunciarlo.
Hasta acá llegué,
hoy digo basta!

MARTÍN ALVARENGA

LA FUERZA DEL CERO

El punto es la huella digital del infinito
la redondez perfecta de la eternidad
el cero es el límite
a partir del cual el silencio
comienza a hablar con los gestos del mimo
y con los ojos burlones de la locura
El cero no resta
el cero acumula
perdiendo todo lo que lleva encima
Su ventaja es la desnudez
la desnudez pura del deseo colmado
del deseo que renuncia
luego de hartarse de beber la vida¡
con la sed del hombre carenciado
El cero es haberlo perdido todo
y estar frente al horizonte
esperando la salida de un fuego redondo
ese sl que todo lo dice
sin pronunciar palabra
El cero gira sobre sí mismo
y crea el universo.

MARÍA LAURA RIBA

SALVANDO DISTANCIAS

El tiempo crece.
La arena
empecinada
se amontona en minutos equivocados.
Te espero.
El tiempo desconoce los atajos
que soy capaz de crear.

JOSÉ ALEJANDRO ARCE

HURTO A HERA

Sutil y sigilosamente,
tratando que Ladón
no descubra mí proceder, Y ayudado
por la luz de mis ojos, el dulzor de mi voz, la complicidad tierna
de la columna soberana
de los inmensos cielos
y sus tres bellas hijas; hurtaré,
los frutos dorados
de tú cuerpo esbelto convertido en el árbol principal
del majestuoso
Jardín de las Hespérides.

ESTEFANÍA CEBALLOS

LA GUARIDA

en esta casa vive una niña de ojos tristes
me pregunto si los habrá con más tristeza
no lleva más pasado que una brisa de jazmines inundando su última primavera
Las manitas se le enredan de alacranes dorados mientras cruza el pasillo del /escritorio a la cocina
pero esos pasos esos pasos
parece llevada por un soplo de ángeles ansiosos que abren espacios para que su /princesa levite triunfal por el cielo
nada la detiene entre esas paredes ni las risas ni los muertos
cuando duerme gruñe fieramente como un animal salvaje buscando una salida
me acelera los sueños dentro de su casa con muñecas desnudas
camina sobre mi cuerpo haciendo zigzagueos de zapatitos blancos
disfruta cada hueco que conquista en mi memoria
desordena el templo arroja al vacío los centímetros que me sobran
¡grita! grita despiadada la niña
hay días que parece despierta por un coro de vírgenes tenebrosas
las horas caen precipitadas en un laberinto del tiempo
meses siglos y los relojes desaparecen
entonces come descontrolada de mi plato otra vez come hasta vomitar
vomita al espacio sus silencios
los recuerdos que me buscan
vomita al patio de jazmines la casa de muñecas
y mis años no la encuentran mis palabras son sordas
sólo doy con la guarida en el mundo íntimo de arriba
trepo las ramas de un árbol espinoso tallado en versos
cuando al fin cae rendida beso su frente
miro el continente aquietarse
llevo las manos desgajadas por la aventura
sobreviví a la batalla
en mi casa vive esa niña de ojos tristes
me pregunto si los habrá con más tristeza.

RODRIGO GALARZA

PARQUE DE DESTRUCCIONES

1
Soy el que hundió su pulso en la niebla
el de la vocación por los derrumbes
el de los cielos verticales en suburbios insumisos
soy el de la diaria antropofagia
antes que el domingo anestésico de misas complacientes
soy aquel lejano en mí
estigma absurdo mi nombre
atrapado en un patio con olor a mangos y a tartas de mi madre
la reina encantada de las fuerzas sangrantes,
en el principio era el allá… donde mi nombre resplandecía
como el de un ángel herido siempre
por una luz de naranjales
que descolgaban soles
y llenaban de dulzor el aire
cantando lo incantable
el “acá” es ahora un arrebato del “allá”
un traje harapiento que me viste en medio de la nada
en medio de todo, en medio de paisajes
que ya no caben en mí, que se tornan pura tristeza
puro engaño de ausencia, garúa que se mete en las carnes
y compás a compás arranca
mi respiración de mangos y tartas de mi madre
pero hay más, mucho más: estoy vivo y digo:
aquí estoy y esta ciudad se llama Madrid
y este dolor tiene nombre y este dolor devora la ciudad
que me mira con indulgencia y ojos de amante a plazos,
de mujer que se resiste a la caricia,
estoy vivo y mi dolor me alumbra y me sacude
y mi llanto colapsa los sumideros y avergüenza los orfanatos
y pago la renta con el hambre de mis bolsillos
con el hambre que no se dice: se viaja y hace:
yo el pasajero de mi estómago tambor vivo en mí hacia mí y mi llanto me lava y lo que se va me alimenta y lo que viene me lastima hermosamente pero hay más, mucho más: no olvido mi nombrey esta ciudad lo sabe y me llueve
cuando le ruego que clave sus colmillos en mi blanco cuello
de garza atardecida allá en un mar de fragancias
oh dioses de la transparencia y de los venenos más sutiles
hay mucho más que este dolor
hay mucho más que un hombre
hay un guerrero a destiempo que hace tiempo
y la paciencia de esta ciudad que se llama Madrid
la desesperación de buscar caminos y de navegar ríos
que se mueren de pronto sin llegar al mar,
sin decirte adiós y cantarte el crepúsculo
se mueren en silencio en medio de una bruma soñada
se mueren por clavarse un estandarte de ro
fabricado en polígonos industriales
o en las factorías de los gobiernos
pero hay más, mucho más:
estoy vivo y la desnudez es mi escudo
¡de mi ombligo crecen flores! he visto la belleza sentada sobre el banco de una plaza infectada de palomas
he visto a un niño llorar por última vez como niño
he visto a un dios ebrio (vestido de súcubo) bebiendo del fétido aliento de los mendigos he visto a un ministro disfrazado de ministro creyéndose dios
y a un ministro disfrazado de hombre fornicando en Tailandia con una niña
he visto “Sea Harriers” olisquear médulas espinales, bombardear chabolas y hospitales,
cuerpos con olor a infancia,
he visto sus festines de lobos del aire
pero hay más, mucho más: atravesar en un día trescientas puertas
y contar los despojos y trazar un mapa posible de cicatrices
2
alguien nos mira desde los muros, quizá el dolor que levanta ciudades
o el dios atroz que ensaya en circos romanos, en prostibularios de la ternura
se les pudren los ojos a los profetas del neón
se les pudre durante el día ah/ pero el sarcoma baila
cantan los gusanos
alguien nos mira desde los muros
alguien trepa las tapias como una fósil enredadera que todavía arde
no alcanza la morfina que brota de las cloacas
no alcanzan las cloacas de los bares
no alcanzan los bares donde entre parábolas y parabólicas
colgamos los trofeos del infierno: pero hay más, mucho más:
estoy solo ” voy al coliseo a prenderme fuego”,
la Castellana parte desde mis piernas y no regresa
me miro en lejanía sin regresar suelta sus amarras la noche y se oye una sirena
sin embargo el barco se queda zozobrando en mis jugos gástricos             peristáltico velamen.
PÁGINA 9 - ENSAYO

MARÍA ROSA LOJO
(Argentina: Fuente-La Prensa)

DEL ENCANTO A LA MIRADA CRÍTICA.

Cinco escritores argentinos comentan su relación con Cien años de Soledad, una obra insoslayable.
Entusiastas, agradecidos o algo más distantes, María Rosa Lojo, Luis Chitarroni, Alicia Dujovne Ortiz, Carlos Bernatek y Pablo de Santis recrearon a pedido de La Prensa su experiencia como lectores desde la primera vez que se internaron en la saga de los Buendía. También revisaron el lugar que ocupa el resto de la obra de García Márquez en su canon personal.
MARÍA ROSA LOJO
La narrativa de García Márquez redescubre a su manera los viejos mitos y los cruza con la realidad cotidiana, transfigurándolo todo. Transfiguración poética y fluidez que hipnotiza como un encantamiento, caracterizan sus relatos. Produce un intenso placer, gusta a cualquiera, desde los lectores principiantes hasta los más eruditos y sofisticados, siempre que no tengan prejuicios contra la narrativa placentera.
Hay algunas personas del mundo académico muy convencidas de que si un texto te agrada, si se lo puede seguir sin esfuerzo aparente, llevados por su seducción, es porque no vale, porque es deleznable, primario, para tontos. Nada más equivocado, a mi juicio, ni más "puritano", en cierto sentido (como si la lectura gozosa fuese un pecado). Esa prosa tersa, resplandeciente, que parece lograda "naturalmente" requiere de una inmensa maestría artística. El "arte natural" del que hablaba Garcilaso de la Vega, es el que más trabajo da al artífice. Por otro lado, las estructuras de muchas de sus obras (empezando por Cien años de soledad) son sumamente complejas y elaboradas; los hilos temporales son intrincados. Y aun así, vamos siguiéndolos, sin poder abandonar el libro.
Sí, García Márquez está en mi canon, como maestro del buen narrar y poeta de la prosa. Chapeau! y larga vida a su obra.
PABLO DE SANTIS
Leí hace muchos años Cien años de soledad y me encantó, pero nunca volví a leerla, no sé por qué. En cambio leí varias veces Crónica de una muerte anunciada, que me parece una novela corta perfecta. Ahí García Márquez utiliza una técnica periodística para contar una historia absolutamente inventada. Es uno de esos juguetes literarios que uno observa con atención para ver cómo están hechos, pero sin descubrir el secreto. Y hace poco leí por primera vez la otra "crónica": Noticia de un secuestro, un magnífico libro periodístico sobre la violencia en Colombia. La historia es trágica y a la vez está llena de humor.Gabriel García Márquez es un escritor extraordinario por la creación de un mundo personal original y terriblemente fuerte, y al mismo tiempo por un saber técnico que lo convierte en un escritor culto y popular a la vez.
CARLOS BERNATEK
Con Cien años de soledad, por motivos personales de lectura, he tenido un vínculo cambiante: cuestiones que pasan por los tiempos de la lectura, por el momento en que el libro llega a uno. En cambio, sería ingenuo negar la volubilidad que ha tenido cierta crítica con la novela: de obra maestra en los "60, al velado desprecio pintoresquista en los "90. El rigor y los imperativos políticos de los tiempos no han sido ajenos a esos calificativos. También suma en esas adjetivaciones, a qué negarlo, la consideración de tipo personal que se ha hecho sobre García Márquez. Lo cierto es que Cien años... proyectó a un autor casi desconocido a una exposición extrema con sus múltiples traducciones y sus más de treinta millones de ejemplares desparramados por el mundo. Que la primera edición se haya hecho en Buenos Aires habla también de un mundo prolífico y, lamentablemente en ese aspecto, pasado. Pero sin melancolía, y más allá de la amenidad que evoco de mi primera lectura del libro, hoy no es ese precisamente el García Márquez que prefiero.
El recuerdo a veces no resulta confiable, porque las lecturas que recordamos solemos asociarlas al lector que entonces fuimos, a las circunstancias de la vida, a ciertas ingenuidades que pueden enternecer o provocar vergüenza. No he vuelto a leer Cien años de soledad, y dudo que lo haga en el futuro. Preferiría volver sobre El coronel no tiene quien le escriba, o Crónica de una muerte anunciada, o tal vez aquella compilación de notas periodísticas de título fascinante, como la mayoría de sus títulos: Cuando era feliz e indocumentado. Pero esos son gustos personales; nada de esto va en desmedro del grandísimo autor que fuera García Márquez, ni de la enorme generosidad que su obra proyectó sobre toda la literatura latinoamericana y aún hoy deberíamos agradecerle.
ALICIA DUJOVNE ORTIZ
Una revelación. No encuentro otra palabra para describir la impresión que en su momento me produjo la lectura de este libro. Creo haber dicho ya en estas páginas que para mí la influencia de Borges no fue determinante, la de García Márquez sí. Al descubrirlo me sentí como una aspirante a escritora barroca perdida en un país demasiado sobrio. Me costaba creerlo, me repetía a mí misma "estoy soñando, no es posible ver el mundo de un modo tan sabroso, para usar una palabra que en la Argentina decimos poco". Los otros libros de Gabo volaron menos que su bella Remedios, pero la felicidad que nos produjo Cien años de soledad merece gratitud eterna.
LUIS CHITARRONI
En 1967, en junio, creo, Sudamericana publicó Cien años de soledad, una novela extraordinaria que tuvo un éxito correspondiente (que no dejaba de ser, claro, fuera de lo común). A poco, con la colaboración valetudinaria del esforzado y culto periodismo de la época, integró una especie de hipérbole hecha a medida de las aspiraciones llamada "boom latinoamericano". Esa generosa acuñación ligeramente tilinga, incorporó al mercado libros tan distintos como La ciudad y los perros, las novelas y cuentos de Onetti e, inesperadamente, Paradiso, del escritor cubano José Lezama Lima (comprado, pero no leído). Accidental o deliberadamente, dejó un poco de lado otra gran novela que se publicó en Barcelona el mismo año (y que celebra, por lo tanto, la misma efeméride): Tres tristes tigres, de Guillermo Cabrera Infante. La novela de García Márquez, de estructura, trama y ejecución casi perfectas, adquirió con el curso de los años entre intelectuales una especie de mala reputación equivalente al mal aliento. El éxito y la popularidad son difíciles de perdonar. Me gustaría, como se dice hoy de tantas cosas, hacerle un poco de justicia. Tiene, es cierto, un solo defecto, aunque grande. Es el que detectó César Vallejo en esta observación magnífica de su libro Contra el secreto profesional: "Renán decía de Joseph de Maistre: "Cada vez que en su obra hay un efecto de estilo, ello es debido a una falta del francés". Lo mismo puede decirse de todos los grandes escritores de los diversos idiomas".
Cien años... está escrita en un castellano preciso y a veces desbordante, con el diccionario de la RAE a mano y el de María Moliner (cuya primera edición es de 1966) muy cerca. De ahí que sus efectos de estilo no puedan extenderse a los defectos de la lengua sino del autor.
PÁGINA 10 – POESÍA ARGENTINA: BUENOS AIRES

LAURA BEATRIZ CHIESA

BESOS DE AGUA

Oscuridad de mares. Rara dama
coquetea en el fondo. Allí despliega
seducciones y formas que no niega,
pues desea encontrar lo que reclama.
Un macho silencioso le proclama
su novel intención. Ella no es ciega
y abanica volados que repliega,
aceptando convites. No lo llama,
lo esquiva, lo persigue, lo desdeña.
Omite aquel instinto que es la seña
y busca soslayar las intenciones.
Finalmente desiste del escape.
Acepta que se acerque, que la atrape
y comienzan su danza de emociones.

CARLOS BARBARITO

Si yo gritara, ¿alguien me escucharía
del otro lado de la niebla?
Raro y ancho mundo de cópulas secretas
y públicos crímenes, de sogas,
de tierras quemadas, de calles quemadas.
Si yo diese nombre a lo que veo,
¿despertarían los animales de sus sueños,
cada sombra obtendría perfecta capa de dicha?
Se librará la noche de su destino
y el día de su azar, está escrito.
Pero, ¿y esta escoria,
esta tabla quebrada vacía de ley,
este perfil oculto tras un deber inútil,
un confuso existir, este pozo
adonde van a dar amor y lenguaje?
Si yo enterrase mi vida en el lodo,
¿qué crecería?

LAURA MALATESTA

PUNTA DE FLECHA

La dirección mortalmente exacta
fue desde siempre tu designio.
Pequeño triángulo solar petrificado
bajo la luna de un destino de muerte.
Y fue testigo la herida
y el animal acechado
y la sangre que humedeció tu huella
y el crepúsculo que sepultó el grito definitivo
y el brazo del aborigen y sus ojos
fueron testigos también
del último dictamen.
El viento copió tu exacto itinerario
hasta los puntos cardinales
y desde allí se trazó la historia.

JORGE BOCCANERA

SUMA

Los días no contaban para mí,
bastaba la palabra.
Yo escuchaba en cuclillas cómo alguna palabra
conversaba con otra.
No contaban los días.
Pero extravié palabras y los días me siguieron de
cerca con sus largos abrigos.
Yo iba mirando el suelo.
"Ese no cuenta el cuento", vaticinaron unos.
Yo no escuchaba a nadie, yo contaba con ellas.
Los días fueron como trapos mojados en los pies.
Habité días feroces porque perdí palabras.
Eran contadas y eran, al fin, las que contaban
El tiempo es implacable.
El que pierde palabras tiene los días contados.

MIRIAM MIKI GONZALEZ

NOVIAS DE LA MUERTE

Las carnes arratonadas por los bajos fondos
que no limitan con Ítaca, Nueva York o Tokio,
ni con ninguna ciudad que deja el estiércol
bajo la falseada fe de sus habitantes;
ésas, las chichas que sólo han viajado por los bastardos ojos
de las alcantarillas de mi pueblo paria,
son la remisión de los llantos de las viejas plañideras
que saben que la guadaña es menopáusica pero no indulgente.
van, despacio, sangrando el antónimo de la tierra prometida.
Es que las caléndulas y sus adeptos
siempre han sido genocidas a tiempo completo,
entonces, las patrias como la mía,
(que han sido novias de la muerte por los besos verdugos y no por amor a primera vista),
se visten de blanco camino al manicomio
y mastican ansiolíticos como caramelos de anís y purpurina.
y por todos los “ismos”,
seduciendo a países castrados por navajas de gangrena intolerante.
La igual putrefacción de las banderas prometidas con anillos de chatarras
que masturban los penes tiesos de la tiesa parca…
Inmortalmente…
temblando bajo la mirada de vírgenes y solteros bisturíes.
Y se levanta el velo y muestra dos cuencas vacías
rellenas de la historia mendaz narrada por los héroes de turno.
Y estira los labios a la espera del ósculo sagrado,
gual a los laureles que supimos conseguir…
comerán carroña con champagne por varios siglos…
Embriones de hediondos dioses que no han creado nada
Y se sacan la liga de la pierna amputada por el populismo
-“Daré el sí en el patíbulo esta noche"- dice mi tierra
Y los invitados al festín se frotan las manos.

GABRIEL IMPAGLIONE

ACTA DE DEFUNCIÓN

La muerte de un infame
Se murió el gran gusano el cretino la gran hiena
ahogado en su propia baba de bilis antropófaga
se murió el capitán de cloacas y lavabos el nefasto
ahogado en su mar de venenos en su gran ola de muertos.
Se murió el genitor de esmas el patrón de la mierda
el húmedo árbitro de vidas y vuelos de la muerte
se murió el palmípedo voraz el emplumado fósil
ahogado en la viscosidad de su saliva tóxica
una diarrea con moscas muertas se le agolpó en la boca de
comulgar y compraventa y le asfixió las órdenes
los dictados de tortura y bala de picana eléctrica
se murió la bolsa de basura el vejete extorsionador relleno de soberbia
un pedazo de la bestia carnívora
ahogado en tanta sangre ajena
tanto festín de putas delirios de grandeza oh todopoderosa cría
del infierno! Se murió ahogado el decrépito rapaz
el violador el gran escupitajo del último círculo
se murió de un derrame infecto el verdugo
el desaparecedor el capo del espanto
en la cama de un hospital el muy secuestrador
tan cama-pozo-negro alabado por ratas cuervos
hienas escuerzos y alacranes tan rodeado de muro
de pura luzmemoria que le mordió los huesos.
PÁGINA 11 – NARRATIVA

SILVIA LOUSTAU
(Argentina)

LAS MÁSCARAS DE PAPÁ

Papá, ¿por qué te escondés detrás del diario? Ahora que soy un hombre te recuerdo como un cuadro de Magritte y te veo bajo el título: Hombre sin rostro.
Yo era chico y me preguntaba cuánto tarda un grande en leer las noticias, sí serían tan importantes. A vos te interesaban los nombres de los muertos, quién ganaba o perdía, que se vendía o permutaba. Qué tremendamente largos eran los diarios del domingo. Los veía inacabables. Y los ritos del domingo. La mesa bien tendida y vos, mamá, Freddy, casi bebé, Moni y yo, alrededor del blanco mantel almidonado que la abuela había traído de Irlanda. Y el silencio. Un silencio que me cerraba la garganta. Yo miraba la comida y desaparecía el hambre.
Los almuerzos eran un tenso silencio, cortado por el ruido de los cubiertos sobre la loza y mamá levantaba las cejas sobre sus ojos, observando. Que nadie dijera nada inconveniente, ni un solo tono más alto del debido. Y vos:
−Moni, baja los codos de la mesa.−
−Jimmy, cerrá la boca para masticar.−
−Maria, mirá, Freddy mete los dedos en la salsa.
Y después tu café con gotas. El sillón. Tu sillón de pana verde y el diario. Y ya no tenías más rostro, papá.
−No deben hacer ruido. Ni correr. Ni pelearse, cuando papá lee el diario.
Entonces yo jugaba con mis plastilinas o los soldaditos hasta que el sonido de aquella radio Philips empezaba a aturdirnos con el fútbol.
Y allá sonaba trémula la voz baja de mamá:
−No hay que molestar a papá mientras escucha el partido.−
Y la tensión se llenaba con la voz de Fioravanti, y con tu cara que ahora aparecía, pero era como si no, porque tus ojos se perdían en el aire mirando aquel match invisible.
Tardes de domingo.
Cuando comencé la escuela me hice amigo de chicos que jugaban con el padre. Que conocían la cara, los ojos, las caricias. Porque yo busco en el bolso azul de los recuerdos (como dice el poema de una amiga) y no encuentro ni el más leve roce de tus manos. Sí me acuerdo que eran blancas, tersas, anchas, que cerrabas fuerte los puños cuando tenías bronca y los nudillos se ponían pálidos y las manos coloradas y yo sentía el miedo caminando por mi pecho. Pero no recuerdo ni una caricia en las mejillas, un revoltijo en el pelo. Ni siquiera me dabas la mano cuando me llevabas por la calle. Al principio me tomabas por el cuello, entre el índice y el pulgar, como una pinza, y yo me sentía como una marioneta a la que manejabas a tu antojo. A veces me animaba y:
−Papá, me pesás en la espalda.−
−Mirá donde caminás −respondías.
Cuando fui un poco más grande apoyabas tu mano sobre mi hombro, y yo, de no más de ocho años, temía terminar enterrado en el asfalto.
¿Por qué nunca entrelazaste tus dedos entre los míos, papá?
Es como si la imagen se esfumara cuanto más te recuerdo. Papá cara de diario. Papá sin cara. Papá sin manos, sin caricias, hombre con tenazas de cangrejo.
Y una tarde después del ritual dominguero me llevaste a la cancha, creo que tenía cinco años. Y para tu desilusión a mi no me gustó. No entendía a todos esos hombres corriendo detrás de una pelota, y pensé porque no le daban una a cada uno.
Sabés, ahora creo que vos tenías miedo que no fuera bien macho cuando creciera, porque a los machos les gusta el fútbol, los caballos, la caza. Todo eso era parte de tu mundo. Tal vez fueran las diferentes máscaras detrás de las que siempre te escondiste.
−Los hombres no lloran.− me dijiste amenazador cuando se murió Colita, aplastado por un auto.
Había otros ritos. El de los sábados. A la hora de la siesta limpiabas tus rifles y escopetas. Extendías las gamuzas, los largos cepillos, la vaselina. Aún hoy siento en mis fosas nasales el olor del Penetrit. Acariciabas los rifles. Mirabas el caño. Los lustrabas. Ellos sabían de tus manos. Pero yo nunca quise comer aquellas perdices en escabeche, o los guisos de liebre, que tus amigos festejaban entre vasos de un buen borgoña.
Y justo a mí, que miraba a los pobres bichos muertos y sentía una pena intensa, justo a mí me llevaste una tarde de cacería. Una cacería de patos. Me pareció tan hermosa la laguna, tan calma, con sus altos juncos acariciados por la brisa. Tendría siete, ocho años y recuerdo que debíamos caminar despacio, sigilosamente. Me sentía como en un cuento de suspenso .Pero la magia fue rota por los estampidos, los aleteos desesperados y los setters que volvieron con tres patos convulsionando entre sus fauces. Entonces, yo vomité. Y tu amigo Juan me sostuvo la frente mientras las arcadas me daban vuelta y él decía:
−Es que se asustó.− Y yo te miré y sentí tu enojo como un fuego, quemándome.
...Pero recién ahora comprendo, tantos años después, que ese fuego que me quemó desde tus ojos era fuego frio. Un fuego de hielo. Un hielo que congeló mis abrazos, mis secretos, mis sueños. Esos secretos, esos sueños, esos abrazos que nunca conociste. Porque siempre te escondiste detrás de tus máscaras y ahora, ahora que podríamos hablar de hombre a hombre, ahora, te escondiste detrás de tu última máscara. Te escondiste detrás de la muerte, papá.
PÁGINA 12 – POESÍA AMERICANA: CUBA

CARIDAD ATENCIO

El vientre que gotea como un ojo se escuda en un abismo.
Ya volverán por mí, me falta una obsesión. Rozaba los objetos del insomnio, el gesto zigzagueante en la antesala.
Sé que le presto sangre al lado muerto.
Clavada en mi señal yo recupero el mundo,
sobredivido la permanencia íntima.
El estupor refleja el fondo de la noche,
La crueldad con que una nube tapa la luna.

DOMINGO ALFONSO

LA JOVEN MADRE

La joven madre
que cruza de pronto la estancia
muy débilmente iluminada,
lleva en sus brazos al enemigo.
un ser poderoso y reciente
que surge sin cesar de nuestra sangre,
se instala en palacios que fueron nuestros,
y alienta sus raíces de las personas antiguas.
de cierta esencia que disminuye de nosotros para siempre.
Es una carga de corazones nuevos,
Él se va formando sin cesar

NANCY MOREJÓN

APODACA

brillando en el corazón sin habla
de la peregrina,
entro hacia tus corrientes
sumida por ahora bajo las presiones
de un golfo mudo
que toca el fondo de las islas.
Un mono pequeñito
asoma sus ojazos de lechuza intranquila
y acecha en la penumbra la sombra de la Reina;
monito vivaz
como un colibrí chiapaneco.
como un agua tibia que saltara entre piedras,
ante cada puerta vieja,
ante cada umbral de humo,
entre vitrales cenicientos y rejas escondidas,
destartaladas,
enrojecidas por el sano viento del Prado.
Y rueda la mañana
para que esta peregrina vaya recorriendo
la estrecha y larga calle habanera que llaman
Apodaca.
Todavía despoblada,
Y un gavilán levanta vuelo.
Transcurren las horas

EDEL MORALES

SOLO ARDIENDO

Las piernas recogidas,
el pelo cansado,
distinta.
Ha dejado su temor junta al último café,
ahora goza mi presencia.
La semipenumbra
y los discos moviéndose en la madrugada,
permiten un espacio para el deslumbramiento.
Está sentada sobre el piso
y mira sin palabras
la esperma que deja en los mosaicos
la vela de la fortuna.
Escucha una canción de ángeles.
Goza en su cuerpo mi presencia.
La limpieza de su cutis y la lentitud de abril
me ofrecen en el espejo manchado
la otra cara de la luna

ODETTE ALONSO

LOS HÉROES Y LOS FANTASMAS

En un tiempo creía que mis héroes
no eran como los héroes de la patria
cabalgando sobre el lomo de la historia.
Creía en esos héroes
que fundaban la vida en sus guitarras
en el mural obsceno
con el ojo aguzado 
que ve el derrumbe detrás de los fantasmas
y predice.
Esos héroes sin hijos
no aguantaban la sangre en la garganta
y escupían verdades a diestra y a siniestra
sin esperar a cambio ni un aplauso.
Pude haber sido también uno de aquellos
conocí el agua fría
el alacrán sin nombre
la traición en la punta de la lengua.
Pude llenarme la cuenca de los ojos
de palabras aguerridas y tatuajes
pude firmar un par de manifiestos
mientras sentía en mi piel el filo de la espada.
Cuando el mar puso la orilla al otro lado
y apagó a golpes el fuego de los años
con el verde brillante y los perdones
fui el fantasma predicho
y nunca un héroe
ni siquiera un costal 
donde enterrar la espada.

ROBERTO FERNÁNDEZ RETAMAR

FELICES LOS NORMALES
A Antonia Eiriz

Felices los normales, esos seres extraños.
Los que no tuvieron una madre loca, un padre borracho, un hijo delincuente,
Una casa en ninguna parte, una enfermedad desconocida,
Los que no han sido calcinados por un amor devorante,
Los que vivieron los diecisiete rostros de la sonrisa y un poco más,
Los llenos de zapatos, los arcángeles con sombreros,
Los satisfechos, los gordos, los lindos,
Los rintintín y sus secuaces, los que cómo no, por aquí,
Los que ganan, los que son queridos hasta la empuñadura,
Los flautistas acompañados por ratones,
Los vendedores y sus compradores,
Los caballeros ligeramente sobrehumanos,
Los hombres vestidos de truenos y las mujeres de relámpagos,
Los delicados, los sensatos, los finos,
Los amables, los dulces, los comestibles y los bebestibles.
Felices las aves, el estiércol, las piedras.
Las ilusiones, las sinfonías, las palabras que nos desbaratan
Y nos construyen, los más locos que sus madres, los más borrachos
Que sus padres y más delincuentes que sus hijos
Y más devorados por amores calcinantes.
Que les dejen su sitio en el infierno, y basta.
Pero que den paso a los que hacen los mundos y los sueños.
PÁGINA 13-RELATOS BREVES.

J.M.TAVERNA IRIGOYEN
(Argentina)


I

Dios cobija a los pobres de espíritu. Y esa gracia divina, no debe impulsarnos a parodiar un grado de inocencia. Felisberto Hernández escribe libros para él. Los pule para él. Y los encierra bajo cuatro vueltas de llave en su escritorio, para él. Alguien los descubre, los publica y lo eterniza. Felisberto Hernández no se da cuenta, pero deja de escribir y empieza con sus recitales de piano.

II

Acaba de comprender que no tiene espacio para llorar. Su voluntad de resistir no alcanza. Y si bien no llora a gritos (tampoco solloza) siente que sus lágrimas importunan. Llorar para adentro no puede. Sin embargo, de a poco su mirada glauca se pronuncia. Sendas cataratas ocupan sus ojos.

III

Todos los santos la siguen a Eleuteria Gómez. Ella es devota, sí, pero los santos se arrodillan ante ella, le hacen promesas y le cuelgan exvotos, le dejan limosnas para los pobres…Eleuteria Gómez acepta, gozosa de que la busquen y que logre responder. Una cosa: a todos les ha dicho que lo hará mientras pueda. A veces, las piernas no la sostienen…

IV

Dos veces ha negado a la muerte. Y dos veces lo aceptó la vida. Sin embargo, José López López entiende que el juego tiene un final seguro. Y apura las conclusiones.

V

Virginal, ella pasa por la vida como una azucena. (Si usted prefiere otra flor, dígalo ya).Y presiente que los demás la miran con ojos raros. Seguramente, seguramente, nunca entenderán que en la vida sólo quiere ser una flor.

VI

Hay dos estilos: hablar de corrido, fluidamente, o con las pausas de una reflexión dubitativa. Los une a los dos, según las consecuencias que desea asumir: inteligente y persuasivo, angelical y prudente. Hoy descendió al Purgatorio. No le aceptaron ninguno de los dos estilos.

VII

Por un dólar me llevan a Uganda. ¿Qué no puede ser? Pregunte a la agencia. Voy sin seguro, claro, y la nave puede hacer tierra o hacer agua en cualquier momento. Pero eso es un problema para los escépticos.

VIII

El estado de gracia de mi prima es que nació con cabeza grande. Creo que hablaron en un principio de hidrocefalia. Le sobraba líquido en la cabeza. Pero muy pronto la familia no habló más del caso y mi prima se dedicó a comer. A toda hora. Está gordísima, ya no le alcanza la silla para contener su anatomía. Un día se me ocurrió que el agua se le había metido en el resto del cuerpo. Y la empecé a pinchar con una aguja de tejer. Desde ese día no me dejaron verla más.

IX

Erótica, erótica pura es la que imparte la institutriz francesa a los niños. No es educación sexual: es el uso de los dedos. ¡Pobres niños! El padre no sabe si despedirla o denunciarla. Opta por silenciar el hecho. Y continúa dejando la puerta de su habitación abierta…

X

No sé si es bueno o zonzo. Lo cierto es que su forma de ser exaspera. Todo está bien aunque esté mal. En todo está de acuerdo, aunque le juegue en contra. Y ni una palabra, la peor, lo moviliza. Esta tarde lo llevaron de voluntario de guerra. Concedió que eso es bueno, ya que, finalmente, así se llegará a la paz.
PAGINA 14 -POESÍA AMERICANA: PARAGUAY

LILIAN SOSA

ADORMILADOS

Acostados, en un balanceo continuo, una voz temblorosa y entrecortada dio paso al susurro. Mientras, la aurora fregaba sus ansias en la cintura del cielo, con el sol adormilado. Nosotros en el cuarto, si cabe, cada vez más juntos, de tan juntos, tan sólo uno. Tus manos escurridizas, corazón de viento ligero, sobre mi cuerpo trajina, cubriéndome. Y desde el cántaro codiciado el anhelo rezuma rocío, el arrebato arrasa nuestros cuerpos, hay angustia, temor, inquietud, y en la penumbra se cubre de ardor. A horcajadas el amanecer cabalga en la cintura del cielo. Y en el cuarto, el murmullo va lamiendo las raíces del silencio. Entonces el suspiro camina adentro, con él, y junto a él germina en el ensueño.
Sujeto a palos en cruz,
un hombre, quieto,
sobre dos palos en cruz,
con sogas entre los huesos.
Y abajo el viento.
Acaso atada mi tierra
como un tamborón de cuero
sobre dos palos en cruz.
Y enfrente el viento.
¡Toda la patria en el suelo
sobre dos palos en cruz!
¡Y encima el viento!
Con su traje único
esperando inútilmente
debajo de la tierra.
La muerte como un ancla
amarrando
sus huesos,
la eternidad como gusano
taladrando
sus carnes.
Seco su tiempo,
la noria mutilada,
debe pesar tanto vacío
al hombro,
la agrimensura
triste
de nivelar las sombras
y de medir en vano
la altura
de la muerte.
Frío el rincón. El muro
derribado. La desembocadura
de Dios. El litoral del infierno.
El polvo ha recobrado de nuevo
su estatura.
La eternidad duerme otra vez
La nada, empieza.
Lejos
muy lejos...
El peregrino adónde irá?
Más allá del tiempo...
Estaba ahí
absorto en la llanura
"enfermo de universo"
frente al cerro lejano
Vengo del Sur
de ese país en grietas...
Vengo con dos milenios
y el polvo de Hiroshima
formando nubes
de horror
en la memoria...
Soy el viajero
El que pregunta
Llego al Yvypyté
sin asirme a nada
en el silencio del tiempo
escuchando
los antiguos cantos...
Ellos me dicen:
Aquí nacieron
los primeros árboles
las aves y animales
el hombre y la mujer!
Soy el viajero
El que viene de un país en sombras!
Me encuentro en la tierra del origen...
el yvypuru'a* del mundo...
Un espacio sagrado que hollar al fin!
No podrá persuadirme la muerte cotidiana.
Apartad de mi casa sus signos de ceniza, su aliento de murciélago, su cráter amarillo. Ya sé que sus heraldos sombríos multiplican en ventanas y sótanos, en mercados y sábados, el olor implacable de sus esquinas húmedas.
Apuesto por la vida.
A pesar del espía que soborna silencios y el sabueso de sangre, traición, infamia y lodo. A pesar del comercio diario del saludo. Apuesto por la vida, lo nuevo y lo posible, la cíclica sonrisa de las uvas la silenciosa nostalgia fluvial del arroyito, la silenciosa nostalgia marítima del río, la silenciosa nostalgia terrícola del mar,¡este sueño de arcilla!
Algunos secretos alfareros están imaginando la silueta del día.
¿Por qué ha de estar eternamente prohibida
La alegría?

ELVIO ROMERO

AGUAFUERTE

Sujeto a palos en cruz,
un hombre, quieto, sobre dos palos en cruz, con sogas entre los huesos. Y abajo el viento. Acaso atada mi tierra como un tamborón de cuero sobre dos palos en cruz. Y enfrente el viento. ¡Toda la patria en el suelo sobre dos palos en cruz! ¡Y encima el viento!


DELFINA ACOSTA

HADES

La primera señal: te salen lágrimas,
y escribes, sin querer, mejores versos.
Se apagan los faroles de la cuadra,
pero tus ojos brillan más atentos.
Y hay dos señales: si con él te cruzas
es como si te diste vuelta a verlo.
La cerrazón que cae sobre tu alma
te lleva a presumir que ya es invierno.
Si habré escuchado historias en mi vida:
Érase una que bajó al infierno
donde perdió a su amante. Y hubo un ánima
por siempre enamorada de un espectro.
Y hay más relatos. Y éste es muy contado:
Dirá que al bosque irá por un momento.
Te besará como quien va por más
cerillas. Nunca volverás a verlo.

ROQUE VALLEJOS

ME PREOCUPAN LOS MUERTOS.

Con su traje único esperando inútilmente debajo de la tierra...
La muerte como un ancla amarrando sus huesos, la eternidad como gusano taladrando sus carnes...
Seco su tiempo, la noria mutilada, debe pesar tanto vacío al hombro, la agrimensura triste de nivelar las sombras y de medir en vano la altura de la muerte...
Frío el rincón. El muro derribado.
La desembocadura de Dios. El litoral del infierno.
El polvo ha recobrado de nuevo su estatura.
La eternidad duerme otra vez.
La nada, empieza.

RAQUEL CHAVES

¿EL PEREGRINO ADÓNDE VA?

Lejos... muy lejos... 
El peregrino ¿adónde irá?
Más allá del tiempo... Estaba ahí
absorto en la llanura
"enfermo de universo"
frente al cerro lejano.
Vengo del Sur
de ese país en grietas...
Vengo con dos milenios
y el polvo de Hiroshima
formando nubes
de horror en la memoria...
Soy el viajero.
El que pregunta.
Llego al Yvypité
sin asirme a nada
en el silencio del tiempo
escuchando
los antiguos cantos...
Ellos me dicen:
Aquí nacieron
los primeros árboles
las aves y animales
el hombre y la mujer!
Soy el viajero.
El que viene de un país en sombras!
Me encuentro en la tierra del origen...
el yvypuru´a* del mundo...
Un espacio sagrado que hollar al fin!
*ombligo

JUAN MANUEL MARCOS

APUESTO POR LA VIDA

No podrá persuadirme la muerte cotidiana.
Apartad de mi casa sus signos de ceniza,
su aliento de murciélago,
su cráter amarillo.
Ya sé que sus heraldos sombríos multiplican
en ventanas y sótanos,
en mercados y sábados,
el olor implacable de sus esquinas húmedas.
Apuesto por la vida.
A pesar del espía que soborna silencios
y el sabueso de sangre, traición, infamia y lodo.
A pesar del comercio diario del saludo.
Apuesto por la vida, lo nuevo y lo posible,
la cíclica sonrisa de las uvas,
la silenciosa nostalgia fluvial del arroyito,
la silenciosa nostalgia marítima del río, 
la silenciosa nostalgia terrícola del mar,
¡este sueño de arcilla!
Algunos secretos alfareros
están imaginando la silueta del día.
¿Por qué ha de estar eternamente
prohibida la alegría?
PÁGINA 15 - NARRATIVA

MARÍA ROSA LOJO
(Argentina)

TÉ DE ARAUCARIA

“Bajó la vista hacia la joven que caminaba a su lado...Una hija del desierto que marchaba sobre la faz de un mundo muerto junto a un hijo de la selva virgen.”Edgar Rice Burroughs, El regreso de Tarzán
I
–No. No voy a jugar ese anillo. Es mi anillo de compromiso –dijo la dama.
–¿Por qué no, Lady Cavendish? Si su marido no vale tanto. Dígale que lo ha perdido y pronto le comprará otro.
–Tal vez para usted ningún marido, o ningún compromiso valgan tanto, querida. Yo no pienso lo mismo. De todos modos, creo que no me hará falta empeñar nada. Aquí tiene. Escalera real.
Sobre los naipes opacos las uñas largas se quedaron quietas. Cinco zapatitos de charol carmesí subiendo a la cumbre de una montaña de oro.
Mrs. Van Tappen se encogió de hombros.
–Muy bien. Debo reconocer que su habilidad o su suerte son extraordinarias. Con lo que me ha ganado este mes podría poner una joyería. Pero hoy, si me disculpa, le extenderé un cheque. Deme por lo menos una pista. ¿Cómo lo hace?
–Intuición. Segunda vista. Me viene de familia, supongo. Mi abuelo y mi bisabuelo ganaron miles de leguas y miles de caballos con la guerra y el juego. Y también los perdieron.
Lady Cavendish abrió un bolso brillante y diminuto. Sonrió a las otras dos jugadoras, que le entregaron sendos cheques sin pronunciar palabra, para no darle el gusto de alguna otra jactancia.
Aquellos dientes siempre ferozmente limpios a pesar de los cigarrillos perfumados eran insultantes, pensó Miss Pitt.
–Ni siquiera tiene el buen gusto de ocultar un poco su satisfacción –le susurró Edna Partridge al oído.
–Ahora me voy, si me disculpan. Francis me espera.
–¿Los veremos en el baile de los Kein, esta noche?
–Supongo que sí.
Mrs. Van Tappen la miró levantarse y alejarse. La seda blanca contrastaba demasiado con la piel oscura, tersa como otra seda, que su contrincante exhibía con el mayor desenfado en un país de gente clara. Así eran los millonarios sudamericanos (¿de dónde venía la muchacha?, ¿del Brasil?, ¿acaso del Perú?...). Irresponsables y arrogantes, a pesar de su sangre mezclada, protegidos por su inagotable caja de caudales, donde viajaban como en carroza de uno a otro lado del planeta. Y si esa caja de caudales llevaba un blasón nobiliario en la puerta, tanto mejor. ¿Por qué otra razón podría haberse casado esa niña con un inglés extravagante que ya iba para viejo?
La señora Van Tappen llamó a su doncella. Cada vez le costaba más levantarse sin ayuda, y sus compañeras de juego no estaban en mejores condiciones para ofrecérsela. Cuando llegaron hasta el coche, se dejó caer sobre los almohadones de pluma y cerró los ojos, pero no se durmió. Esas partidas de poker siempre le daban qué pensar. Había algo decididamente raro en Lady Cavendish, más allá de sus dientes provocativos, su piel oleosa y sus astucias de tahúr. ¿Por qué perdía las mañanas de la Costa Dorada jugando a las cartas con tres señoronas ricas y aburridas? No tenía amigas de su edad –aunque las mujeres bellas rara vez las tienen–, pero lo más extraño de todo era que tampoco se le conocieran amantes.
Los Cavendish alquilaban una casa muy cerca de la playa. No se necesitaba coche para volver caminando cómodamente. Y ésa era tal vez para Lady Cavendish la mejor hora del día. Con los zapatos en la mano, y las medias discretamente envueltas en el bolso brillante, iba dejando sobre la arena una huella angosta, que era borrada casi de inmediato por la marea. Le gustaba el mar, a ella que había pasado toda su infancia y adolescencia tierra adentro. El mar era el único animal que no se hubiera atrevido a domesticar y que tampoco huía de los seres humanos, como lo hacen otros animales, aun los más temibles. Siempre estaba allí, inalterable, idéntico a sí mismo. Y en los constantes cambios de los últimos años, Lady Cavendish, que casi había olvidado otra desaforada obstinación: la de la pampa, estaba agradecida a esa lealtad.
–¿Ya llegaste, Dolly? Te estaba esperando para almorzar.
Su marido seguía siendo incapaz de pronunciar claramente el nombre de “Manuela”. Ella se había resignado. El “Dolly” sonaba más justo en un mundo de voces que cercaban las cosas con consonantes líquidas y vocales cerradas.
Subió a cambiarse de ropa y a ponerse nuevamente medias y zapatos. Francis y la mesa servida la aguardaban en la galería. Había budín de pescado, que a Dolly no le gustaba mucho, aunque la fascinara el mar, y aunque cediera normalmente con agrado a las preferencias de Lord Cavendish. Todo estaba bien: los narcisos en el búcaro de cristal. La porcelana, las copas, las jarras para el vino y el agua fresca, los cubiertos de plata. Pero nada era suyo, pensó Dolly o Manuela. Alquilaban la casa con toda su vajilla y todo su mobiliario. Unicamente para las grandes cenas desembalaban manteles y servilletas con el monograma y el escudo familiar de los Cavendish. De todas maneras, Dolly o Manuela se había acostumbrado a que nada fuera suyo por mucho tiempo ni por entero, ni siquiera su marido, gentil pero también indiferente, que guardaba para ella zonas opacas y memorias inaccesibles.
Todo hubiera sido tolerable, todo hubiera quedado, no obstante, dentro del Orden, si la mujer no hubiera aparecido, mejor dicho, si su marido no la hubiera traído con la buena intención de complacerla. “¿Qué te parece, Dolly? Viene muy bien recomendada. Habla poco y es de entera confianza. Te entenderás con ella mejor que con las americanas. Siempre es bueno contar con alguien de la propia tierra.” La mujer de la tierra que ya no era propia se hacía llamar Luisa. Vestía de lana negra, aun en verano. Llevaba un cuello de encaje blanco y pendientes redondos de plata maciza. Era inaudible, y Dolly la sentía de pronto a sus espaldas, sin previo aviso, o la veía emerger súbitamente –una sombra en los juegos de la luz– en el descanso de una escalera, o en el vano de algún umbral.
Luisa la miraba sin hablarle, atenta a sus escasos requerimientos. O tal vez le hablaba a veces: palabras casi susurradas, en una lengua muy antigua –la lengua madre–, que no era el castellano, y que Dolly o Manuela creía reconocer, aunque quizás eso era también una ilusión cambiante como los desplazamientos de la luz. Dolly se habituó a esperarla como los místicos esperan sus visiones imprevisibles, y dependía de ella de la misma manera, aunque Luisa, que no tenía en la casa función determinada, se limitaba simplemente a estar ahí, y a servir el té. No sólo se trataba del English tea, o el té de las cinco, que preparaba mejor que muchas inglesas, sino de toda clase de tés, digestivos, calmantes, estimulantes, para los cólicos y para el espíritu, para la meditación, para el amor y para el sueño, para olvidar, y para recordar. Eso: recordar, era lo que Dolly o Manuela hacía con más frecuencia últimamente.
Esa tarde, después del flan con peras a la menta, Dolly subió a dormir la siesta. Había dejado a Lord Cavendish, que nunca llegó a adquirir ese vicio latino, con un beso en la frente y un libro en la mano a la sombra de una pérgola. Antes de entrar a su cuarto, no vio a Luisa, pero sí escuchó –esta vez claramente– las palabras de la canción que ella misma había cantado, del otro lado del mundo, tantas veces.
Algún día
Se acostó boca abajo, sin desvestirse. El té digestivo de Luisa –¿sería realmente un té digestivo?– sólo había logrado revolverle el estómago.
A la hora de la merienda todavía el calor era intenso. Dolly acababa de despertarse, con el pelo corto y grueso pegado a las sienes, como sus malos sueños. Respondió apenas a los golpes sobre la puerta.
–El señor la espera abajo, Milady. Hay un invitado.
Se vistió esmeradamente y bajó con desgano. Los amigos de Francis solían ser demasiado solemnes o demasiado frívolos y en ambos casos le resultaban insoportables. Desde la escalera, los dos hombres estaban de espaldas a sus ojos. Cuando se levantaron para recibirla, vio un varón joven, algo más brusco y algo más atlético de lo que solían ser los invitados de Francis. Dolly se echó levemente hacia atrás, como si el visitante pudiera alcanzarla y dañarla con algún inesperado movimiento.
–Querida, quiero que conozcas a John Clayton, Lord Greystoke, un caballero admirable, aunque no se haya formado en academias ni universidades precisamente.
El hombre besó la mano que Dolly había extendido con cautela.
–Mi amigo se crió en las selvas africanas, sólo entre los monos. Sus padres se salvaron por milagro de un naufragio, pero murieron allí sin ser rescatados, a poco de nacer él.
–Puede decirse que recibí los beneficios de la civilización muy tardíamente, Lady Cavendish –dijo Clayton, y la voz jugaba, casi burlona, con la forma de las palabras.
–Pero eso no le ha hecho mella, querida mía, como ves. Al contrario, John ha sabido unir los refinamientos de la cultura con la fuerza y la nobleza del hombre primitivo, aún incontaminado por nuestros vicios.
Luisa llenó las tazas de té de Lord Greystoke y de Manuela. A ella le pareció que la infusión era más espesa que de costumbre, y que exhalaba un aroma lejano y familiar. Tal vez el de las hojas del pehuén: el árbol sagrado de los bosques australes que los botánicos llaman araucaria.
–Pero tengo otros vicios, mi buen Francis. Aúllo en las noches de luna llena, y sigo prefiriendo la carne cruda a la cocina francesa.
–Lo de la carne cruda puedo entenderlo. He visto comer hígado y pulmones de vaca crudos, aunque sazonados. ¿Pero por qué aullar?
–Por pura nostalgia de los míos, señora.
–Si en realidad usted ha vuelto con los suyos. Si todos los de su sangre están en Inglaterra.
–No es tan sencillo. Cuando supe de dónde venía mi familia, ya formaba parte de otro mundo. Nací y crecí en el Africa, no lo olvide.
El hombre hablaba poco. Sin embargo, en su voz reticente Dolly presintió jirones de vegetación y saltos de leopardo. Había también pozos cavados por lluvias torrenciales donde flotaban pequeños animales muertos. Había mariposas de colores indescriptibles, y maracas ceremoniales hechas con la calavera de los enemigos.
–¿Y por qué está aquí ahora, Lord Greystoke?
–Mi esposa es de Baltimore. Siempre pasamos los veranos en la Costa Oeste.
–¿No ha vuelto al Africa?
–¿Para qué? A ella no le gusta, y la tentación de quedarme sería demasiado fuerte. En cambio lleno cuadernos con las aventuras que correría si estuviese allí.
–¿Las veremos publicadas algún día?
–¿Me toma por literato, Francis? No se burle de mí. Nada de eso. Tal vez las lean mis descendientes y se diviertan con ellas. Supondrán que su antepasado ha sido primero un turista curioso y luego un viajero de biblioteca, como tantos ingleses.
La conversación se ocupó luego de automóviles y de caballos. Greystoke parecía ser experto en ambos rubros. La primera impresión de extrañeza se había disuelto en esos temas previsibles. Dolly pensó, incluso, si toda aquella historia de Africa no sería alguna broma preparada por su marido. Con intención piadosa, o acaso irónica, Francis se empeñaba en convencerla de que su caso no era único en el planeta.
Se despidieron luego hasta la noche, en el baile de los Kein. John Clayton volvió a besar la mano extendida.
–Espero que me conceda una pieza, Lady Cavendish. Y espero también que me confiese lo que hace usted en la Costa Dorada.
Dolly volvió a quitarse los zapatos. Caminaría por la playa mientras durase el sol. Necesitaba escuchar solamente sus pensamientos. La historia de John Clayton podía ser fraguada, y también absurda. Pero no era más absurda que la suya propia. La República Argentina, colgada en un extremo del globo como un largo y oscilante pendiente de plata, estaba tan lejos como el Africa. Y para los aristócratas ingleses o los millonarios yankees entre los que ahora transcurría su vida, un rey zulú era un personaje no menos estrambótico que su abuelo Manuel Namuncurá, jefe supremo de un vasto imperio de jinetes que habitaban en toldos y tenían harenes, como los beduinos, que bebían sangre de yegua recién degollada y que se engrasaban el cuerpo de pies a cabeza antes de ir al combate.
Cuando conoció a Francis, que también había sido un turista curioso antes de convertirse en viajero de biblioteca, ese tiempo había pasado ya. Manuel Namuncurá, los Catriel, Sayhueque, Pincén... todos: los salineros y los vorogas, los pehuenches y los tehuelches, los manzaneros y los ranqueles... todos habían perdido la guerra quizá porque nunca supieron ni quisieron unirse contra el enemigo común. Su abuelo había pactado, finalmente. Había muerto casi centenario, mirando caer la nieve. Estaba enterrado en el cementerio de los huincas, “los de afuera”, envuelto en su uniforme de coronel cristiano. Y su joven tío Ceferino, el menor de los hijos del viejo Namuncurá, había fallecido aun antes que él, en Roma, mientras estudiaba para convertirse en cura.
Algunos se quedarían en las pocas tierras que les habían dejado, en el Neuquén. Otros, como ella, como Ceferino, se pondrían un disfraz para sobrevivir: un uniforme de sacerdote o militar, o el uniforme sin galones, pero de raso y plumas, que las damas lucían en los saraos y que acaso ella ya no podía distinguir de su piel.
Se sentó en un montículo rocoso para mirar el océano, que traicionaba siempre al que no lo conocía, y donde los barcos podían perderse y hundirse, como se habían perdido tantos regimientos de los huincas, derrotados sin disparar un solo tiro en ese otro mar que ellos llamaban el desierto, pero que para la gente de la tierra había sido siempre la patria, la mapú. ¿Por qué Francis había querido llevársela consigo cuando la vio, hacía ya diez años, en Aluminé? ¿Simplemente se había apoderado de ella como el conocedor que recoge un objeto raro, caído por azar en una calle de tierra, pero que podría ganar mucho con la reparación, el cuidadoso pulido, y la posterior exhibición en una vidriera que realzara sus ocultos esplendores, y también su precio a los ojos de los otros? ¿No era en cierto modo la casa de Londres esa vidriera? ¿No la presentaba él allí como la lejana princesa de un reino inexistente, a un grupo de amigos selectos, que por lo general venían sin sus mujeres? Entonces ella bajaba por otra escalera que era como el escenario de un teatro, pero ataviada con el chamal de lana negra, la faja de colores, y todas sus joyas de plata. No las que le había regalado Francis, y que podría fabricar cualquier artífice europeo, sino las suyas, que habían sido hechas a martillo bajo un cielo remoto que los joyeros de Europa no habían visto y acaso no verían jamás: pesados pectorales, con flores y con cruces que no eran cristianas. Zarcillos enormes que alargaban los lóbulos. Cascabeles sujetos en anchas vinchas de lana que resonaban con cualquier movimiento de la cabeza. Entonces aún llevaba largas las trenzas, que eran parte indispensable del traje araucano. Hasta que se cansó de aquella representación para hombres solos y quiso cortarse el pelo, so pretexto de estar a la moda. Francis, que disimulaba mal su disgusto, tenía las trenzas guardadas en un estuche. Si ella llegara a morirse antes que él –pensaba a veces Manuela–, su marido las colocaría en alguna vitrina del salón, junto con las alhajas mapuches y la túnica de lana, como si fuesen piezas de museo. Quizá después de la muerte de ambos, pasarían, en efecto, al Museo Británico.
¿Por qué Francis se había casado con ella? Manuela lo hubiera acompañado de todos modos, sin exigirle papeles ni bendición nupcial. Entre los suyos no se le pedían cuentas de sus actos a una mujer soltera. Por otra parte, su padre estaba muerto, y su madre demasiado ocupada con sus otros hermanos y con sus muchas tristezas. Era probable que Francis, tanto mayor que ella, que se preciaba de ser un caballero, y que lo era, en efecto, la mayor parte de las veces, quisiese dejarla protegida ante las leyes huincas, ya que se la llevaba tan lejos. Pero en Inglaterra, a medida que aprendía la lengua, adivinó también otras razones. Que Francis había elegido diseñar su vida como si fuera un libro: uno de esos relatos de aventuras soñadas que los blancos llamaban “novelas”. Dentro de esa novela, desposar a la nieta adolescente de un gran cacique en un país exótico, había sido un episodio tan bello como extraordinario: casi el broche de oro para un galán maduro que también había dado la vuelta al mundo como Phileas Phogg, aunque tardase más tiempo. A diferencia de Phogg, Francis no era un solterón. Había enviudado dos veces, y carecía de hijos. Lo que le haría sospechar que tampoco iba a tenerlos con Manuela. El título nobiliario pasaría a su sobrino mayor, y no a un mestizo, aunque pudiera reservar buena parte de su fortuna para la mujer que lo seguía acompañando lealmente, y con quien había jugado un juego maravilloso. Quizá por eso la llamaba Dolly: porque había sido y continuaba siendo para él, una muñeca.
Cuando volvió a la casa ya atardecía. Por un momento, el mar le pareció petrificado en una plancha de cobre. Deseó furiosamente un caballo para galopar por encima de esa superficie enceguecedora y golpearla con los cascos como los plateros labraban el metal con el cincel. Alguna figura surgía siempre de esos golpes precisos y brutales, aunque no sin sufrimiento.
En su cuarto, la esperaba su vestido de fiesta planchado sobre la cama. Sobre una mesita, humeaba el té de Luisa. Aspiró profundamente el fuerte dejo a araucaria que trascendía de la tetera, y bebió el contenido hasta la última gota.
¿Era Greystoke el varón más hermoso que había visto en su vida? ¿Por qué esa pieza de baile, normalmente anodina con cualquier otro compañero, le causaba tal sobresalto en la respiración? ¿O era el deseo, que a veces nada tenía que ver con la belleza, lo que le estaba aplastando el pecho con un dolor difuso? No, no era exactamente eso, tampoco. Algo le decían aquellos ojos que ningún hombre blanco le había dicho. Le costó dominar sus manos para que los dedos no saltaran en el aire, por sí mismos, y acariciasen con desvergüenza la única mirada que acaso tenía el poder de comprenderla tal como era.
–¿Es verdad que usted fue criado por los monos?
–Claro que no. ¿Quién podría hacerse hombre entre los animales? Me educó una comunidad africana. De ellos aprendí todo lo necesario. En cualquier latitud los seres humanos quieren y odian las mismas cosas: adoran a una divinidad, hacen la guerra, tienen hijos, poseen una lengua que les dice cómo vivir, se visten y se adornan, estudian lo que pueden en el libro de la Naturaleza, cuentan historias.
–¿Y por qué insisten aquí con lo de los monos?
–¿No le digo que en todas partes gustan las fábulas? Pero hay otra razón peor, si quiere. Mis compatriotas prefieren que todo lo deba a los monos y a mí mismo, antes que a los negros. ¿Y su gente? ¿Qué me dice de los suyos?
–No sé si ese mundo era mejor o peor que éste. Depende de cómo se lo mire y de lo que uno busque. Pero al menos era el mío, eso sí.
–¿Por qué era? ¿Ya no lo es?
–También allí las cosas han cambiado. Y sobre todo, he cambiado yo. Quizá soy yo la que no tengo mundo.
Salieron a la noche exterior. Adentro, la alegría del charleston hacía girar collares y lentejuelas en el aire luminoso. Manuela vio a su marido de perfil. Era el centro de un pequeño grupo y el único que hablaba. Siempre encontraba un auditorio propicio y rara vez caía en la vulgaridad de repetir la misma anécdota. Envejecía casi imperceptiblemente, contento con un destino que había logrado dibujar a su gusto, según creía, con un pincel de artista.
Greystoke se agachó. Se estaba desatando los zapatos. Cuando los tuvo en la mano le sonrió a Manuela.
–¿Por qué no hace lo mismo, amiga mía? ¿No es una hermosa noche para caminar por la playa?
A la mañana siguiente Lord Cavendish despertó con el sol casi en el cenit. Nunca dormía tanto, aunque las fiestas se prolongasen hasta la madrugada. Un sabor en la lengua que no conseguía identificar le recordó un té espeso que Luisa le había dejado sobre la mesa de noche, y que tomó casi de un trago, antes de acostarse.
Llamó primero a Luisa, luego a Dolly, sin obtener respuesta. La casa vacía se llenó de ecos. Su mujer podía haberse demorado en la cotidiana partida de poker. Pero, ¿y Luisa? Pronto no necesitó buscar más. Sobre la mesa del desayuno halló una nota que le estaba dirigida, junto con el anillo de compromiso que le regalara a Manuela. Ella no había querido llevarse otra cosa que una valija con ropas y sus alhajas araucanas. También las joyas y los cheques ganados en el juego.
Pronto se supo que John Clayton, Lord Greystoke, había desaparecido esa misma mañana. Las murmuraciones no duraron mucho: en el vértigo lujoso de la Costa Dorada un escándalo tapaba pronto al otro. Por lo demás, el fin del verano era inminente, y las mansiones comenzaban a quedarse quietas y desiertas, como vastas escenografías abandonadas.
Si Cavendish y Lady Greystoke tuvieron noticias de sus respectivos cónyuges, nunca lo comunicaron a nadie. Mrs. Clayton volvió a casarse con un hacendado tejano, no bien se cumplió el tiempo legal como para declarar a Greystoke oficialmente muerto.
Cavendish falleció en Londres, pocos años después. Sus sobrinos heredaron la casa y dinero en acciones y en metálico. En su testamento donó al Museo Británico las colecciones reunidas durante sus viajes, y pidió que se hicieran las diligencias oportunas para entregar a Manuela Namuncurá, dondequiera que ésta se hallara, un estuche con unas trenzas negras.
PÁGINA 16 - POESÍA AMERICANA: PERÚ

MIGUEL ILDEFONSO

ME CUIDE DE VOLVER A LA CALLE FANTASMAL

Bajé del bus ante el espejo negro del lago, había
tibias estrellas y fresca hierba. Pegué mi cara
contra la muralla de alambre, vi la luna también,
lejos como mi corazón. Al amanecer, el sol tocaba
mis pies, años atrás en otra frontera había tocado
un sueño de cactus. Yo caminaba por el jirón Puno,
tenía una botella de pisco, atrás el Lago me enviaba
una nube. "Qué maravilla en el vientre del Titicaca,
niña querida", dije, pero en realidad lo había dicho
Gamaliel Churata en la esquina cuando lo vi,
sentado en una tienda bebiendo alcohol puro, eso
bebía, del Lago le habían enviado los Uros un pez
de oro. Yo doblaba entonces por el jirón Lima, así
como he doblado miles de esquinas y bebido miles
de botellas. Carlos Oquendo de Amat, me detuvo,
Miguel, dijo todo flaquito, cómprame este bono de
pre-publicación. ¿Cuánto?, le pregunté, diez soles.
Sus Cinco Metros también hablaban de mi niña
querida. Ella dormía en el fondo del Lago, ella no
sabía lo que sentía mi corazón ahora lejano y solo.
"Cargado de nubes, que más parecían formaciones pétreas,  
babeaba el cielo con la salvaje urgencia y
la misma candidez de la bestia 
que se dispone a amar, así, enrumbé al Lago. Cargado de lágrimas,
mi propio lago se iba sumergiendo en el otro Lago.
Cargado de lágrimas, todas las lágrimas del Perú,
todas las nubes que conté desde mi infancia, ahora
entraban en el Lago. Yo decía no llores, niña
querida, ¿no sabes que así me desesperas?

GLORIA DÁVILA

SE DE LA PENUMBRA EN VUELOS Y HIELOS PÉTREOS.

que escarban en gritos, a mis carnes, a sus huesos
atizan su magma; en odios,
y cuando epitafios se escriben en mi nombre
danzo, conmigo y todos mis demonios.
y después de tanto más no poder,
canto en silencios sepulcrales,
en donde nudos de sierpes
son falanges llamando
a mis almas todas
y en razonamientos y teorías
de Empédocles, escrutan mi muerte.
Soy polvo del desierto,
frágil espécimen,
desteñida sonrisa,
mientras en tu exilio disparo al sol
el borde de mis abismos en vorágines y fauces
al verme exhalando mis esencias
cual desnudas mariposas
sin alas ni pigmentos. Y,
después de berrear al hartazgo; 
soy el fuego que perfila en el nombre
de las sombras del marque como ecos en sus rocas perdidas,  
vuelven sus miradas extasiadas para ser
el agua, el fuego, el aire de Anaxímedes.y la tierra por donde escudan mis lenguas.
Escribo en mis ojos, los mares
que jamás anudan calzados
porque aquellas no la cubren, en tanto
mis clavos y maderos en pies y sus olas son talladas rosas de verano
y a pesar que ella no sabe nada de nada, y
desiertos irrumpen tragedias,
mi patria es el río.
Apenas habito lo inhabitable,
me lanzo hiriendo silencios,
en donde soy acordeones en piel,
en las que descubro que no hay edad sin embriaguez
y sin más muertes que las mías,
mientras visto de cenizas
fagocitando esquinas
mis plumas acuáticas, se erigen.
Por manías de saberme abismos
pervivo en su tiempo
como popa de un barco
zarpando en un tren de sierpes
como escudo,
en donde mi espuma
es logia negra
y sus mantos,
fauces gritando a sus piedras…¡Piedad…!
Ten piedad por mí...
Y aún al borde del miedo, que escupe la roca,
el amor devasta su antorcha
ésa que me erige en su grito; en ese mismo grito
en el que la noche inunda sus pasos
para hundir su daga en mi alma
al filo de mi coraza.
Dormito en mi garganta
y la rosa erosiona mi nombre hasta el morir;
la noche astilla mi rostro,
para darme espejos de Ichic Ollgos.
Mi música es:
canto de cuervos y alacranes al rojo vivo,
trashumantes anquilosando su iris;
fluyendo como germen del caos
en los odios que se escriben en mi piel
como epígrafes en su elixir.
No hay gruta cerrada
ni llaves en caminos,
el mundo escribe su epitafio
con mi nombre por vez nona.
Te debo todo lo que soy:
hiel,
musgo,
ciénaga
estío en fuegos fríos
piedra laja
acantilados;
y al final de mi voz
en donde el péndulo es sicario
aún mi sangrar no sea mar
sino roca menuda en su aorta
me oirás caer, y gritaré con el tiempo
como espuma en orillas de monzones.
Sé de la penumbra en vuelos,
de espuelas y hielos pétreos
vientres pañuelos
en donde el tallo es su voz en eclipses
mis ojos sus piedras,
mis manos sus ríos
y en tanto su eje no sea el mundo
no habré parido mil veces en sábados, la sed de mis
caminos…Tú dirás... mejor así…
porque la rosa será en su cáliz
piedra feroz cargada a su pez,
rostro iluminado en pellejos viejos,
corazón de pumas en águilas rapaces;
y por fin, el perdón de penumbras
en pensamientos infinitesimales,
en donde el Céfiro en memorias de una fábula antigua,
sea hervidero apocalíptico
de espada blindada en siete cabezas girando.
y en su sed de zarpar, los vientos.

MANUEL LIENDO

VIII

Serás mi guía el lenguaje exacto el níscalo geográfico un periplo de pruebas formará
un lunar mirado por astros desconocidos para instantes ambiguos de    plurales rarezas 
de piedras que caen eufóricas y tiranas    nos calza vestimentas y el límite es perfecto libidinosa es la inconfesable aparición escinde el cosmos para escuchar lo que nadie    escucha porque muecas a tus gentes para girar como planetas y no ser heroicos
ser asonancias negando los signos en el fondo clandestinos    lejos lo encrático
lejos las esferas vecinas como rivales    como guerreros alzando la regla el deseo
expectación de interiores somos lo discontinuo la atopía de una falsa oposición
pulsa lo divino la náusea del enlace la melodía muda no tenemos nada
palabras ajenas robamos en el grito del hueco que somos    zona ulterior
de la sustancia neutra    fotogenia parásita    flotamos en las rutas de la euforia 
a nuestro lenguaje le pasa algo irremplazable que no marca el tacto sino el reparto
de las fuerzas diseminadas    incita mi amor el reflujo de las pérdidas
aritmética de nosotros y los astros    sonríe inquieta el lenguaje de los otros
somos los primeros fantasmas que se tocan    anudamos soslayos para decretar el exceso deshacidos en halos conocemos la fuerza de la desdicha    función social    parcela el placer arroja tus perros al amor expulsado de mi cuerpo que muerdan con vigor mi corona
déjala sin desvelos    su purísima piedra te hará estirpe de mi trono    decoro de todas
las poses para mi antorcha ciega    sabor de luces trifásicos anchan venas    recaen
las pertenencias de signo maldito que fisura la lógica del miedo
la sordina rechina eslá    eslá    zaaaaaaa    suuuuuuu ahhhhhh flameo en tu viento cursi
me acerco al sonido que nadie escucha para adentrarnos sin marchitez sin el rostro
de otrora imaginario para dos arcos hacemos puentes donde camina la angustia
la impasible negación del castigo    brusco anochecer que no deja ver tu higo abierto pelipedingudito   cachituerto y sudito    suculencias    sus ramas metidas en el ojo
hacerlo comúnmente para ser otro    trepan trepan para quedar encaramados
nómina de órganos bañados en sangre    echados sobre un lienzo de barcos hundidos
tocas farallones para levitar enrojecida    bruma que destella desde el pozo
recibe estos náufragos del último Arión que ahoga sus voces    arrechura infernal que trepida en los nidos salinos    doblega la redondez del calcio y evita la pavura del gozne
así nacimos en aceitoso ajuste en dispar lozanía    envueltos en tormentas de sangre
encona los bulbos dulces disfuerzo del pistilo esbelto   casi punta fina langa para tu ñoco distancia es desvío preconiza tundras acampados desdenes    siluetas atroces
en otros cuerpos brillarán por nosotros y no estarás y no estaré    seremos amagos
del gran encendido    desiertos invadidos    ahora vientos en sus faldas danzan
al centro alza su cubierta de sal    a punta de ritmo    fruslería en la túnica del beso 
levanta mi cuello para levantarte    para pesar tu alma y comérmela todita. 

INDIRA ANAMPA

BRINDIS

Bebo por la casa devastada, por el dolor de mi vida,por la soledad en pareja,y también bebo, brindo, por ti.Por el falso labio que me traicionó,por el frío mortal en los ojos,porque es el mundo adusto y brutaly porque no nos ha salvado Dios.Anna Ajmátova

Él no entendió por el tamaño de mis ojos
Nadie sabe que lo alimenté con pájaros negros
Albergué su sentencia de muerte
Quiero un descanso eterno, repetía
un dios imperfecto que no me escupa por haberlo dejado morir 
Del parquet brota pasto,
Del caño salen lágrimas,
La ducha sabe.
(Por ahí podría entrar un venado si es que
simplificara su cabeza).
El cuadro es un vacío sin marco.
La televisión un médium de masa.
Los muebles se sacuden el polvo y hacen turno ante la cola del baño.
Las sillas, en cuclillas, meditan.
La refrigeradora interrumpe su ronquido, y la nevera se calienta.
Los parlantes tienen la lengua afuera.
El tocadiscos se inyecta, el disco pide a gritos
una camisa de fuerza.
El teléfono entra al baño.
El despertador siente que se le viene.
El foco espera triste:
Di.


PATRICIA TEMPLE

239 músculos trenzan mi cuerpo.
300 gramos de piel amoratada por golpes antiguos, heridas varias.
Frágiles nervios de filigrana de plata me recorren.
5 kilos por cada pierna de bailarina.
110 gramos, el rostro curtido en mil batallas.
En el pecho arde el alma.
239 músculos trenzan mi cuerpo.
Frágiles nervios de filigrana de plata me recorren.
2 kilos de brazos estirados , alas de ave.
Ingrávido, mi cuerpo cuando emprendo vuelo .
Impávidos, mis ojos ante la belleza.
Cálida, la amistad.
En el pecho arde el alma .
239 músculos trenzan mi cuerpo.
Frágiles nervios de filigrana de plata me recorren.
1 kilo, cada mano de poeta.
Un torrente de sangre revolucionaria.
Un litro de salitre derramo emocionada.
La cabeza gobernada por pasiones,
La mente, algo trastornada .
En el pecho arde el alma .
Una hoguera en llamaradas,
me consume
cuando amo como yo amo.


Siendo una piedra desplomada
me dejo llevar por la corriente
sin haber sabido que la vida era un nudo con detalles
porque el tiempo no se detuvo
y me condenó a seguir viviendo
de la gracia
de la mano fría
de un cadáveral que hubo que llorarle
y alimentarlo con la realidad mal cocida
de la vida a flor de piel.
la naturaleza de vivir con el corazón en la boca.
con años y la terrible piel de la vejez.
como un cuchillo que me abrigó bajo la almohada
el lado más vulnerable del cuello
y se acomodó hasta sus últimos días en mi pecho
como un pájaro muerto.
o a lo mejor unos brazos fuertes que no se rompan
o lo dejen caer
un hueco donde descansar
una morada donde sólo hayan de cabalgar los fantasmas
donde la triste muerte se derrumbe a llorar desnuda
donde se puedan lavar las manos los hijos de sus hijos
donde las Magdalenas lapidadas hagan Babeles y manzanos
o un Sodoma reinventado para los dos
una mujer que vaya verlo hasta que su carne sea polvo
una mujer que nunca seré yo.
PÁGINA 17 – ENSAYO

EDUARDO GALEANO
(Uruguay)
El ORIGEN DE LOS NADIE

Los nadie, refiriéndose a las imágenes invisibles de nuestra realidad, las personas ocultas que enfrentan el desprecio y la indiferencia; y se llevan la peor parte: el hambre, la pobreza y la miseria. A ellos los vemos sin querer verlos al caminar por las calles o en las noticias catastróficas de desastres naturales causados por los abusos de las superpotencias, aferrados a creencias religiosas y a supersticiones o a ambas para no perder la esperanza, sin ser pesimistas una esperanza en vano. Este es un ciclo repetitivo y demuestra la incapacidad del hombre para corregir los errores del pasado.
Empecemos entonces por la historia de la sociedad latinoamericana, siempre impresionada por las cosas extrañas ofrecidas por extranjeros. Las baratijas ofrecidas por los conquistadores a cambio de toda la riqueza que los indígenas no consideraban como tal, a diferencia de la visión materialista del hombre blanco y la civilización europea. El costo de este intercambio las enfermedades desconocidas por los aborígenes, la violencia y la esclavitud. Nuevamente los nadie, los grupos raciales considerados como mano de obra, mercancía y animales sin alma. El desprecio de quienes se consideraban de sangre pura a quienes para ellos no lo eran.
Ahora regresemos un poco a nuestra realidad, a nuestro tiempo. Luego de la independencia habitamos en países libres de la esclavitud ya fuera por parte de la corona española o la portuguesa, pero, ¿somos realmente libres? Los avances tecnológicos desarrollados por las potencias son las baratijas que ahora nos impresionan y las ponemos a cambio de algo muchísimo más importante que todo el oro que se llevaron los europeos. Cambiamos aire puro por automóviles de último modelo que son en realidad lo que destruyo el aire puro en los países industrializados. Este es solo un ejemplo de que el desarrollo nos llega de último, no queriendo con esto decir que el avance sea malo. Los nadie son aquellos esclavos de los avances y que a cambio de esto destruyen los recursos o que no les dan el valor suficiente y los malgastan o lo regalan porque no les sirve.
De forma similar a los españoles los gobernantes del primer mundo miran a los ignorantes del tercer mundo porque mientras ellos saben la importancia de lo que tenemos; nosotros en cambio no. De ello surgen contratos comerciales que en la realidad no nos dejan sino una muy mínima ganancia por una gran pérdida. Esta vez los nadie son los que se aseguran de poner sus intereses personales sobre el bien colectivo o común.
En general hemos nombrado los factores más determinantes que dieron paso a la sociedad de los nadie. Los pocos que tienen oprimen a los que no tienen ni son dueños de nada y sufren por acomodar a los que están arriba. Es un poco irónico, aunque esté alguien en un escalón superior, alguien o algo siempre irá por encima. Demos el ejemplo de la clase política: sobre ellos está algo más global, la economía y sobre ella el motor que la impulsa, el consumo. Paradójicamente quienes mantienen este esquema son los nadie que se aferran a la ilusión de que las promesas pueden realmente cambiar algo.
Es una costumbre arraigada por nuestra tradición religiosa esperar un Mesías que nos lleve al camino del progreso. Sin embargo dicho progreso nos está costando caro. La inconciencia o mejor el desconocimiento por parte de aquellos que están debajo los hace servir a los ideales de los grandes. Ideales en beneficio de los señores de corbata y camisa. Desafortunadamente todo hoy en día nos lleva a querer pertenecer allí. La estrategia fundamental consistió en generar una meta común a todos desviándonos de la realidad de nuestro entorno, de los miles y miles que están donde nadie quiere voltear a mirar
¿A quién se refiere entonces el poema? Sí a los desarraigados y desvalidos, a los que sufren violencia hambre y destierro, a quienes no tienen un lugar porque no saben adónde pertenecen. A los que tuvieron que cambiar sus costumbres para adaptarse a la vida moderna y a pesar de eso no tienen más que el suelo que les permite dormir. A las culturas olvidadas y enterradas por el hombre moderno. A las tribus que subsisten durante siglos. Esa es la relación que ofrece. Pero su planteamiento nos lleva a profundizar en las verdaderas causas de ello. Anteriormente definimos a los grandes como los causantes de la hecatombe latinoamericana, que dejo sus tradiciones y vendió su tierra por pedazos de papel y círculos de metal. A la máquina destructiva que dejamos entrar como pedro por su casa, para llevarse nuestro más valioso tesoro: el medio ambiente, los recursos naturales y nadie tiene más autoridad sobre su casa más que el mismo dueño y dicho dueño está dormido porque prefiere estar soñando en el mundo que le han creado artificialmente.
Es así como estamos todos en las nubes ignorando lo que pasa a nuestro alrededor, divagando, anhelando tener más, esperando por comprar un celular, un computador de último modelo, la chaqueta, el jean, las zapatillas, la camisa, el carro, el puesto como alto ejecutivo. No significa esto que debamos estar limitados a no avanzar, generar nuevas ideas, a generar progreso. No es conformarse con las cosas sino detenerse un segundo y decir o por lo menos pensar que todo lo que yo haga afecta a alguien o algo. En ese orden de ideas ¿realmente los nadie son aquellos desvalidos de Galeano? ¿No será mejor que los nadie sean aquellos que se aprovechan de todo cuanto tienen a su alcance y engañan y utilizan a esos mismos a quienes les han quitado todo? ¿No serán los nadie quienes tienen un fin egoísta? ¿No serán los nadie quienes pasan frente a sus semejantes desprotegidos y solo les dan la espalda? Piensa por un instante quien es verdaderamente nadie, solo un momento basta para saber si estas allí o no.

PÁGINA 18 –PROSA POÉTICA

NORMA SEGADES-MANIAS
(Argentina)

ACERCA DE LA SAVIA.

Trasladaron sus cepas a través de las aguas hace ya tanto tiempo que ninguno conserva la agreste geografí
la historia de sus reyes, el perfil de sus nombres.
En la primera edad estuvieron desnudos, heridos, en letargo,
avergonzados ante los naranjos, pomelos, limoneros
que expulsaban azahares con esa dadivosa prepotencia de quien ha superado la nostalgia.
En la primera edad no dieron frutos.
Se alimentaban sólo de silencios y sangraban de noche un dolor caudaloso.
Y aprendieron que siempre se está solo en medio de las sombras, del destierro, cuando nada permite adivinar los lindes,los lejanos confines de un milagro,
los altos horizontes
y todo desamparo es más intenso.
Sobre todo bajo una luna artera, despojada de asombros, recorriendo la piel de los almácigos
–acelgas en hilera, temblores de lechuga, corazones de papas o repollos- como quien no comprende,
como quien nada sabe de la ausencia.
De a ratos se escuchaban sus sollozos.
Y hasta los colibríes despertaban en sus nidos de seda, sus columpios de sólida ternura para indagar el llanto.
Y los palomos.
Y las golondrinas.
Trasladaron sus cepas hace ya tanto tiempo que ninguno conserva el perfil de sus nombres.
Sin embargo
aún existe ese ardiente secreto en el idioma antiguo de la savia.
Como una permanencia. Como una sed magnífica.
Como azules fragancias de cierta eternidad nunca vivida.
Una cuestión de zumos, de linfas, de sustancias.
Una cuestión de música, palabras, exorcismos.
Tal como si los santos, los druidas o los ángeles
salmodiaran recuerdos con su voz de durazno.
Después de tanto eclipse no es sencillo determinar las huellas.
Aunque el aire vigile los rincones donde ciruelos, nísperos, higueras y algunos mandarinos.
Hubo tantos olvidos habitando detrás de los vitrales
que es casi un imposible.
Y nombrar los olivos es nombrar las penumbras,
los fantasmas, los sueños primordiales.
Por eso no se puede hablar de los olivos.
PÁGINA 19 –POESÍA

MARIA ELENA WALSH (1930-2011)
(Argentina)

LA MONA JACINTA

La mona Jacinta
se ha puesto una cinta
Se peina, se peina
y quiere ser reina
Ay, no te rías de sus monerías
Mas la pobre mona
no tiene corona
Tiene una galera
de hoja de higuera
Ay, no te rías de sus monerías
Un loro bandido
le vende un vestido
un manto con plumas
y un collar de espumas
Ay, no te rías de sus monerías
al verse en la fuente
dice alegremente:
"Qué mona preciosa
Parece una rosa"
Ay, no te rías de sus monerías
Levanta un castillo
de un solo ladrillo
rodeado de flores
y sapos cantores
Ay, no te rías de sus monerías
La mona cocina
con leche y harina
Prepara la sopa
y tiende la ropa
Ay, no te rías de sus monerías
Su marido mono
se sienta en el trono
sus hijas monitas
en cuatro sillitas
Ay, no te rías de sus monerías
PÁGINA 20 - CUENTO INFANTIL

CRISTINA RODRÍGUEZ LOMBA
(Chile)

LOS DIOSES DE LA LUZ
Adaptación de una antigua leyenda de Chile

Hace cientos de años, al sur de Chile, vivían los indígenas conocidos como mapuches. Los miembros de estas tribus se refugiaban en grutas, no conocían el fuego y sobrevivían gracias a lo que la naturaleza les regalaba.
Cada día salían a cazar algún animal para comer y recolectaban todos los frutos que podían para poder alimentar a sus familias. Si querían realizar todas estas tareas, tenían que levantarse muy temprano y aprovechar al máximo la luz de día, pues uno de sus mayores temores, era enfrentarse a la oscuridad ¡Jamás salían del poblado cuando se iba el sol!
Una noche, un hombre mapuche llamado Caleu, se sentó a contemplar la luna en la entrada de su cueva. Su familia dormía dentro y el silencio lo invadía todo. De repente, vio una enorme estrella de larga cola dorada que atravesaba el cielo. Un resplandor cegó sus ojos e iluminó por momentos todo el valle.
¡Caleu se asustó muchísimo porque no tenía ni idea de qué era eso! A toda prisa y temblando como un flan, entró en la caverna y se acurrucó en una esquina. Permaneció despierto hasta el alba y, aunque se moría de ganas de contar a todos lo que había visto, decidió no decir nada a nadie para que el temor no se extendiese por la aldea. Sí, guardaría el secreto.
Esa mañana en cuanto salió el sol, su esposa y su hija se fueron en busca de comida. Acompañadas por otras mujeres y niños del pueblo, subieron la montaña más cercana y durante horas, estuvieron entretenidas haciendo acopio de comestibles para pasar el invierno, que ya estaba a la vuelta de la esquina.
Todos trabajaban con tanta de dedicación, que la noche les pilló desprevenidos. Recogieron rápidamente sus cestas e intentaron bajar la montaña lo más deprisa que pudieron, pero sin luz tuvieron desistir. Era imposible guiarse entre tinieblas para encontrar el camino de vuelta al poblado. Por suerte, descubrieron una gruta abandonada y se refugiaron en ella a la espera del nuevo día.
Fue entonces cuando, en medio de la oscuridad, vieron pasar la enorme estrella de cola dorada que Caleu había visto la noche anterior, y que por segunda vez atravesaba el cielo a gran velocidad. A su paso, una lluvia comenzó a caer haciendo sonar un gran estruendo. Pero no, no era de agua, sino de piedras que se estrellaron sobre la montaña y rodaron sobre la ladera, provocando multitud chispas al chocar contra el suelo de roca.
Una de esas chispas fue a parar a un árbol y el tronco comenzó a arder, iluminando todo a su alrededor. Cuando el torrente de piedras cesó, las mujeres se acercaron al árbol en llamas con los asustados niños agarrados a sus piernas y descubrieron que, gracias al fuego, podían verse unos a otros entre las sombras. También notaron que junto al árbol ardiente, sus cuerpos entraban en calor y era una sensación muy agradable ¡Aquello era realmente mágico!
Los hombres de la aldea, atraídos por la luz, salieron a comprobar de qué se trataba y encontraron a sus familias sentadas alrededor de la enorme fogata. Estaban felices y todos se juntaron para compartir un momento tan especial, entonando cantos y dando palmas.
Empezó a amanecer y llegó la hora de que cada uno regresara a su hogar. Caleu cogió una rama que había en el suelo y la acercó al fuego del árbol. Se quedó fascinado al comprobar que las llamas pasaban de un sitio a otro con facilidad. Todos los hombres hicieron lo mismo y tomaron el camino a casa portando grandes antorchas. Durante el trayecto de vuelta, las mujeres les contaron que habían visto que al chocar unas piedras contra otras se producían chispas, y que éstas, al contacto con la madera, se convertían en llamas.
Así fue cómo los mapuches descubrieron el fuego. A partir de ese día, perdieron el miedo a la oscuridad, pudieron calentarse durante los crudos inviernos y añadieron a su menú diario la riquísima carne cocinada en las brasas.

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